Santiago Gutiérrez Sánchez
Votar perjudica gravemente su salud y la de los que están a su alrededor
Tenemos a lo largo de la Historia toda una ristra de viejos sabios que han sabido ver la verdadera cara de la democracia. El más viejo y más sabio de ellos, Platón, comentó con mucha perspicacia que «La democracia es el mejor de los gobiernos sin ley y el peor de los gobiernos en los que se respeta plenamente la ley». (El político, 303) Efectivamente, es muy común dejarse caer en el engaño de que, a través de la democracia, se impone una suerte de orden sobrevenido a partir de una pluralidad de intereses sabiamente contrapuestos. Pues bien, todos sabemos que la realidad es muy diferente y que el comportamiento habitual de esa entidad misteriosa que solemos llamar “pueblo” dista mucho de ser juicioso. A la gente le gusta pensar poco, reñir a voz de grito, llevar razón y, sobre todo, tener a alguien contra quien despotricar. Los periódicos y demás grandes empresas con intereses publicitarios no hacen más que poner la guinda al furor y la ignorancia que reinan cada vez más (aunque de manera natural) entre las crecientes masas humanas.
No quisiera ser malinterpretado como un apologista de nuestras fangosas élites culturales e intelectuales. Es más, precisamente quisiera expresarme en sentido contrario. Estas élites siempre han cultivado la nimiedad, promovido el letargo y raras veces ha sobresalido de entre sus saturadas cabezas una aureola de genialidad. Pienso que lo único democrático en el ser humano es la propensión a la ruindad: esta propensión se encuentra igualmente repartida en todos los ámbitos posibles de nuestro mundo, y está expresada con asombrosa cordura en el mito del pecado original. Evidentemente, el ser humano es también capaz de grandes triunfos, gentilezas y heroicidades, pero señalar esto es muy poco edificante y sospechosamente reconfortante. Por el contrario, yo prefiero subrayar la valiosísima intuición de que lo malo abunda y lo bueno escasea. Y, siendo la democracia el gobierno de lo que abunda, entonces comprendemos su naturaleza: el gobierno de lo malo.
La democracia es un reflejo de nuestras bajezas primigenias: se erige precisamente como la promesa orgullosa de la erradicación de esas bajezas, pero en su desarrollo no hace más que reproducirlas y aumentarlas. La democracia es llamar voz al ruido. Es, como dice Platón, un caos con aires de grandeza y una armonía decrépita e insostenible. También G. K. Chesterton, transformando irónicamente el antiguo dicho, lo enunció con impecable agudeza: pax populi, Vox dei. Es decir, el silencio del pueblo es la voz de dios. O lo que es igual: si el pueblo no se calla, no se puede escuchar nada verdadero.
Porque la democracia supone que el ser humano es capaz de abrir la boca por su propia voluntad. Pero las personas sólo somos libres de callar. Siempre que interrumpimos el silencio, es a causa de una u otra esclavitud. Es nuestra boca, que habla por nosotros.
Cuando una cosa abre la boca se convierte en una persona, es decir: en una cosa preocupante. Si ya sólo romper el silencio del alma con el torrente de los pensamientos conduce a la larga a la insensibilidad y el engreimiento, con el hablar nos convertimos de inmediato en pajarracos presuntuosos, con la diferencia de que el buitre, por ejemplo, suele ser honesto con respecto a sus propósitos y nuestro lenguaje no es sino una herramienta para ocultar propósitos.
La democracia es la boca de la humanidad y, como todas las bocas, es tan sólo una excusa para la auto-complacencia y la irresponsabilidad: a través de ella fluyen libremente las manías y las crueldades humanas. La democracia invita a las personas a creerse lo suficientemente buenas como para abrir la boca, y quien se cree bueno obrará crueldades: se sentirá autorizado a la atrocidad y la violencia si son precisas para que la bondad triunfe.
Pero lejos de mí el afán maldito de regresar sobre nuestros pasos, de volvernos a épocas menos ambiciosas, en las que quizás asumíamos nuestra insignificancia y nuestro desatino generales y lográbamos callar en virtud de quién sabe qué fuerza bruta o sagrada. Todo eso se ha terminado ya. La democracia es un hecho. Ahora hay que abrir la boca, cada vez con mayor frecuencia y en más direcciones. Se estima que el ciudadano medio de cualquier democracia del mundo no puede guardar silencio por más de una semana sin morir de hambre, de frío o de pena.
Igual que en todas las fuerzas malignas, su única virtud es su equivocación: la democracia confía en que las personas no pueden votar su propia destrucción, pero se equivoca. En la tesitura de poder elegir, el electorado «elige» siempre la autodestrucción, precisamente porque en realidad no puede elegir, sino solo envanecerse y volverse cruel creyendo que elige algo, y es con ello que se destruye, y con él la propia democracia.
¡Quién sabe qué otras aberraciones traerá la política en las épocas venideras…!
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Gutiérrez Sánchez, Santiago (2019). La democracia destruye tu imaginación. En Niaia, consultado el 01/04/2019 en https://www.niaia.es/la-democracia-destruye-tu-imaginacion/