José Miguel Fernández Dols
Catedrático. Psicología socal y metodología. UAM
Una formula clásica para comenzar este tipo de debates es una revisión terminológica. ¿Qué entendemos por expertos y qué entendemos por decisiones políticas?
Una definición de trabajo para “experto” sería que un experto es un profesional que tiene un conocimiento especializado en un ámbito concreto. En algún lugar, Herbert Simon, uno de los artífices de la Ciencia Cognitiva y premio Nobel de Economía, estableció que la formación de un experto requiere al menos diez años para la adquisición del nivel idóneo de competencia. Simon dice también, en otro lugar, que los expertos no son las personas más adecuadas para tomar decisiones políticas por dos razones de peso. La primera es que un experto, por definición, está especializado en un determinado aspecto de la realidad pero no tiene necesariamente una visión global de un problema político, que rara o ninguna vez se aborda desde una única perspectiva. La segunda es que un experto ha invertido tanto personalmente en una determinada versión de la realidad que es muy difícil que, en la discusión sobre un problema real esté dispuesto a reconocer que su área de especialización, o la escuela dentro de su área de especialización no es la perspectiva idónea para abordar el problema.
Otra posible definición, menos centrada en el conocimiento y más centrado en los aspectos sociales de la definición es que un experto es un profesional con un determinado nivel de acreditación académica en el campo de especialización especificado en su título. La titulación académica, o al menos ciertas titulaciones, confieren el privilegio de participar en un monopolio de poder concedido y certificado por el Estado. Cuando ese monopolio, sea o no verdad, promete hacer a las personas ricas, sanas, sabias, etc., el titulado se convierte en un presunto experto o al menos en un candidato a ser considerado como tal. Las profesiones viejas (el médico que promete salud, el sacerdote que promete la vida eterna, el maestro que promete sabiduría, etc.) y también alguna nueva (el economista que promete riqueza) han tenido siempre poder. Es interesante notar que lo importante de estos expertos no es su capacidad real para curar, enseñar o llevarnos a un lugar estupendo en el más allá sino la mera promesa de lograrlo; por eso los faraones, los emperadores o los reyes medievales tenían un médico, un sacerdote, o un tutor en su corte, aunque nadie se pondría hoy en sus manos.
Hablando de cortesanos, una tercera definición de “experto” cuando se trata de decisiones políticas proviene de otro premio Nobel, Paul Krugman, que tuvo una breve experiencia en la vida política de la Casa Blanca. La cuenta así: “tras un breve tiempo, sin embargo, comencé a darme cuenta de cómo se deciden realmente las políticas del gobierno. El hecho es que la mayor parte de los cargos más altos no tienen idea de qué están hablando: las deliberaciones de alto nivel son sorprendentemente primitivas (…) Además muchos individuos poderosos prefieren ser asesorados por aquellos que les hacen sentirse bien más que por aquellos que les hacen pensar demasiado. En realidad los que logran influenciar el diseño de las políticas de estado son habitualmente los mejores cortesanos, no los mejores analistas”.
Un cuarto tipo de experto serían los funcionarios. Son los guardianes de “la jaula de hierro” weberiana y, en una burocracia ideal, son personas con un alto grado de especialización avalada no solo por un título universitario sino por haber ganado un concurso de méritos en el que han demostrado de forma objetiva su pericia. Los funcionarios no suelen llevarse bien con los políticos salvo que se hagan, por vocación o sentido de la oportunidad, políticos ellos mismos (los golpes de estado militares son la versión más brutal del descubrimiento de la vocación política de un funcionario, aunque afortunadamente no la única). Algunos analistas consideran que el genio de Napoleón no fue militar sino administrativo: diseñó las prefecturas francesas obligando a los prefectos, políticos de profesión, a convivir con los subprefectos, altos funcionarios para que al político no le quedara más remedio que contar con la competencia profesional del funcionario y el funcionario estuviera subordinado al sentido de la oportunidad política del político.
Finalmente, en la actualidad se ha puesto de moda un quinto tipo de experto, que plantea interesantes retos y bastantes trampas. Se trata de entender a la multitud como un experto. La idea es antigua y está inspirada en Galton: el promedio de las opiniones de una gran multitud es la mejor predicción o el mejor peritaje para una decisión. La visión de Galton se ha puesto de moda en ciertos ámbitos que promueven la utilización sistemática de la “sabiduría de la multitud” con plebiscitos constantes. Se trata de un experto con cierto aroma hegeliano, una versión estadística, en lugar de metafísica, del Espíritu Absoluto.
Estas cinco definiciones de “experto” nos van a ayudar a centrar el debate pero antes podemos echar un vistazo a qué significa tomar una decisión política. Tradicionalmente las decisiones políticas por excelencia son las que toman el gobierno de una nación aunque en los últimos tiempos se ha puesto de moda enfatizar que el rumbo de las sociedades complejas es el resultado de la interacción de distintos agentes económicos y sociales, además de los estrictamente políticos, poniendo de moda la palabra “gobernanza”.
El término “gobernanza” es una forma elegante de describir la enorme dificultad actual para entender con claridad quién es quién en las sociedades más desarrolladas y, quién es responsable, en último término de lo que ocurre a nuestro alrededor. Existen multitud de ejemplos de esa experiencia, tan actual, de navegar en aguas desconocidas en medio de una densa niebla: ya nadie pretende saber a dónde va la unión monetaria europea, o el proceso de desconexión del Reino Unido, o la presidencia del país más poderoso de la Tierra o nuestros vehículos diésel. Incluso en aquellos países en los que se han encumbrado gobiernos populistas o autocráticos, las decisiones políticas ya no dependen exclusivamente del gobierno por varias razones, entre las cuales destaca siniestramente que muchos de esos gobiernos responden a intereses de élites que tienen su propia agenda.
Así que, para contestar a la pregunta de quién toma las decisiones políticas tendremos que considerar varios escenarios distintos, según qué entendamos por “experto” y “decisión política”. Finalmente nos tendremos que inclinar por una respuesta en la que trataré de opinar sobre cuál debería ser el papel del experto en las decisiones políticas.
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Fernández Dols, José Miguel (2019) ¿Quién toma las decisiones políticas? ¿Los expertos o los políticos?. En Niaia, consultado el 23/04/2019 en https://www.niaia.es/quien-toma-las-decisiones-politicas-los-expertos-o-los-politicos/