Las organizaciones asistencialistas

Pablo Striano.

Miembro de Vecinas de Lavapiés

El 14 de marzo de 2020 se decretó en España el estado de alarma, una situación que por seguro no dejó indiferente a nadie. Éramos parte de un trágico momento histórico, la distopía se volvía realidad. Nuestra realidad. De una forma más cercana o más lejana todos pasamos a ser víctimas del Covid-19. Debíamos meternos en nuestras casas, cerrar por dentro y esperar a que de una forma desconocida, la situación mejorara. La palabra incertidumbre se volvía cotidiana, las visitas al supermercado, nuestras escapadas y las reuniones por internet cada vez más rutinarias. Y entre el silencio en la prensa, la ausencia de gente en las calles y el recuerdo amargo de la anterior crisis económica surgían una serie de preguntas: ¿a dónde irían aquellos que no tienen a dónde ir? ¿Cómo van a sobrevivir en un confinamiento quienes no tienen ingresos? ¿Hasta cuándo podrán aguantar?

Ante esta situación, muchos vecinos y vecinas vieron cómo cada vez se deterioraba más la situación de algunas familias con pocos recursos, reduciendo sus gastos al máximo hasta el punto de elegir qué miembro de la familia comía cada día. Muchas familias estaban en el borde del precipicio antes de la pandemia. El Covid era el último empujón. Contando los días en el calendario, a la espera de que los gobiernos les proporcionaran algún tipo de ayuda. Mientras, sobrevivían con lo que podían. Otras familias se vieron inmersas de forma repentina en una situación crítica por la falta de recursos económicos. Sin poder de acción, estaban volviéndose más pobres cada día. Y muchas, por desgracia, siguen empobreciéndose.

Y si el panorama de las familias era negro, las personas sin hogar se encontraban ante un conflicto mayor. Sin recursos, sin nadie en la calle y con los comedores sociales cerrados, sus pocas formas de garantizar la obtención de alimentos se agotaban. Habían sido, una vez más, completamente olvidadas. Por parte de las instituciones no se había decidido qué se iba a hacer con estas personas. Así que se optó por lo que se había hecho en otras ocasiones: no hacer nada.

Porque, efectivamente, es innegable que el Covid mata, pero el hambre lleva siglos haciendo ese mismo trabajo. Y no solo en los países pobres, también en el nuestro hay gente que busca en la basura, que mendiga o que no tiene nada que llevarse a la boca muchos días. Suelen ser invisibles para los políticos y para nosotros forman poco más que parte del mobiliario público. Están ahí presentes en nuestras ciudades, en las calles, sabemos cómo están, pero llevamos tanto tiempo sin escucharles que ya no les atendemos. No tienen voz para opinar porque tampoco pueden pagarla.

En este escenario, surgieron en cada barrio, como por una lluvia de empatía y solidaridad, bancos de alimentos en los barrios de España, cada uno con su propia organización, forma de trabajo, etc.; lugares en los que poder dar unos recursos mínimos a aquellas personas que lo estaban pasando peor. En mi caso, en el barrio de Lavapiés se formó La CuBa (Lavapiés Cuidando del Barrio) cuyo nombre se transformaría más tarde en Vecinas de Lavapiés. No éramos los únicos, más asociaciones se ponían manos a la obra en el barrio intentando cubrir a todo el que se pudiera.

El número de personas con necesidades crecía día a día. El perfil de persona que venía buscando ayuda y el del voluntario se volvieron cercanos, marcados por una línea horizontal. Ambos son vecinos o vecinas del barrio. Y en muchas ocasiones ayudan y al mismo tiempo solicitan ayuda. Quien intente recrear en su mente un perfil visual de los usuarios de la red, cometerá un error. El Covid ha arrastrado en su marisma a toda clase de personas a necesitar ayuda. Muchas de ellas por primera vez. Al mismo tiempo, cada vez había más voluntarios, cada uno con su propia historia y más recursos, más gente se volcaba por ayudar en esta situación. Se empezaba a visualizar el que se convirtió en uno de los estandartes durante nuestro trabajo: El apoyo mutuo es un elemento fundamental para que podamos seguir adelante.

Pasaron los días, las semanas y los meses. Ya casi hace un año. La situación ha mejorado, pero muchas personas siguen necesitando ayuda para poder pasar el mes. Atendemos cada mes a más de 150 familias y cada día damos de comer a más de 100 personas. Y eso tan solo en el barrio de Lavapiés. ¿Nuestro trabajo?, apenas una gota de agua en el mar; ¿la respuesta de los gobiernos?, entre vacía e insuficiente. Vecinas de Lavapiés se creó ante una situación extraordinaria, lo que nos hacía creer que, llegado cierto punto, moriría. Pero la red que se ha creado perdura en tanto que se tenga la necesidad de usarla. Los servicios sociales siguen completamente saturados, el ámbito laboral está en ruinas y las ayudas no llegan a muchas personas. Por desgracia, somos y seguiremos siendo necesarias. Durante todo este tiempo hemos tenido grandes debates, muchos conflictos y, sin duda, hemos cometido muchos errores. Avanzamos como un tren a carbón superando obstáculos sin saber en qué momento nos tendremos que parar. Pero todo el trabajo realizado es la prueba de algo que, aunque parezca muy básico, se tacha de utópico: las personas pueden marcar una diferencia con sus acciones, por pequeñas que sean, y son estas acciones las que marcan la dirección del cambio. Vecinas de Lavapiés no podrá evitar la pobreza, pero sí ayudar a que aquellas personas que la sufren vean mejorada su situación, aunque sea de una forma ínfima.

Para citar esta entrada

Striano, Pablo (202a) Las organizaciones asistencialistas. El 08/01/2021 en https://niaia.es/las-organizaciones-asistencialistas/

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