Hilario Blasco Fontecilla
Médico Psiquiatra del Hospital Universitario Puerta de Hierro-Majadahonda
La sesión tendrá lugar el miércoles día 24/06/2020 de 17:30 a 19:00. Debido a las restricciones todavía vigentes, la sesión se celebrará en la plataforma Zoom.
El problema de la tela de araña o el redil social
Por último, no podemos olvidar que siempre, a pesar de nuestros esfuerzos de futurología científica, nunca llegaremos a ser como esos aprendices de brujo (de profetas catastrofistas a científicos tecnoherméticos) que ven demasiado claro el futuro, por lo que debemos asumir que lo imprevisible puede ocurrir, y aun lo impensable. Puede ser algún tipo desconocido o improbable de megacatástrofe natural, ecológica o bélica de las muchas que hemos apuntado. Puede ser incluso que se confabulen una serie de microcatástrofes que ni si quiera hemos advertido, pero que ya han empezado a hacer sentir sus efectos. Hasta podríamos asistir a una semicatástrofe positiva, que a modo de advertencia reorientara de manera más equilibrada nuestro progreso tecnológico. […]” Andoni Alonso & Iñaki Arzoz , Carta al Homo ciberneticus, 2003
Si hubiera escrito este embrión de capítulo hace unos meses atrás como gentilmente Félix me pidió, el texto hubiera sido diferente, como se pueden imaginar. En apenas un mes hemos pasado de vivir en la era de la posverdad a vivir en la era post-covid o post-pandemia. Como gusten. Ni que decir tiene que, sea cual sea el término que usemos, seguimos imbuidos en plena posmodernidad. Y los textos, como las personas, o los meandros de los ríos, nunca somos los mismos.
Muchos de nosotros recordamos las fechas en las que incorporamos a nuestra normalidad el uso del teléfono móvil o de nuestro primer contacto con internet. En mi caso, fue en 1997 y 1999, respectivamente. Digo esto porque, si pudiéramos retrotraernos a la década de los 90 y preguntásemos a nuestros abuelos o incluso padres qué entendían por “red social”, es posible que nos mirasen extrañados y pensasen: “Este niño está tonto”. Probablemente entenderían que hacíamos referencia a algo similar a un grupo de “amigos” o similar que nos proporcionase ayuda y conforto en caso de necesidad.
Porqué el término red social (social network) -y que no equivale al término inglés, networking, que alude al concepto de red de contactos- podría ser considerado un neologismo propio del posmodernismo. Escribo esto, porque para los no nativos digitales, como es mi caso, es posible que el término red social genere un cierto equívoco. Porque la palabra red social hace que mi cerebro asocie indefectiblemente esta palabra a la red que protege de una muerte cierta a los funambulistas circenses. La red te permite dotarte de seguridad. Te protege de una muerte cierta en el caso de precipitarte al vacío. Ese vacío en el que vivimos, como nos recuerda Giles Lipovetsky [1]. O como plasma el escultor del vacío, Eduardo Chillida.
Pero, ¿nos sirven, en realidad, las llamadas redes sociales, Facebook, Youtube, Instagram, Twitter, para enfrentarnos al vacío? ¿Será cierto que, si nos caemos cual funambulista torpe desde una altura de 10 metros, estará allí la red social para protegernos con un mullido abrazo digital? ¿Estarán allí las redes sociales para protegernos y cuidarnos cuando mueran nuestros seres queridos o perdamos aquello que más amamos? Como médico psiquiatra no me toca a mi realizar un análisis moral sobre las redes sociales. Pero sí es mi deber reflexionar sobre su función, poder e influencia que ejercen sobre los seres humanos. Porque los psiquiatras tratamos la enfermedad, los comportamientos e incluso los pensamientos que nos hacen plenamente humanos. Demasiado humanos.
Muchos pensamos que sería ingenuo esperar de las redes sociales un soporte real en caso de caer al vacío… A priori, podemos pensar que, ante la enfermedad, la muerte de un ser querido o una ruptura sentimental, las redes no sean de gran ayuda. ¿O sí? En mi caso, no creo que sirvieran. Pero, ¿y en usted? Porque, las redes sociales, no son ni buenas ni malas. O mejor dicho. Pueden ser ambas cosas a la vez, dependiendo de su uso y contexto. Así, sabemos que los pacientes ingresados por enfermedad mental que usan Facebook tienen peor salud mental que los que no lo usan [2]. O que las personas que usan Facebook son más narcisistas que las que no lo usan…. Pero en el mismo estudio también señalaban que los usadores-de-Facebook tenían un mayor soporte social, satisfacción vital, y felicidad subjetiva (o eso creían) [3]. Y también sabemos que las redes sociales como Facebook fueron muy positivas para una parte de la población tras el terremoto de l´Aquila, en una situación que podría remedar a la actual [4]. De hecho, uno de los principales retos a los que nos enfrentábamos los padres en era pre-covid era educar a nuestros hijos en el uso adecuado de las nuevas tecnologías, incluidas las redes sociales. Y en la era post-covid, las mismas se están tornando en nuestros aliados, al menos, de momento.
Nadie puede, pues, negar que ésta sea una de las principales misiones de las redes sociales: ayudar a las personas a sobrellevar el vacío de estas sociedades seculares en las que las iglesias han sido substituidas por centros comerciales [5]. Porque frente al vacío que caracteriza a nuestras sociedades y, sobre todo, al horror vacui, las redes sociales son la herramienta perfecta para llenar el vacío de una sociedad caracterizada por la sobreabundancia; a través de objetos materiales que, en el fondo, son totalmente innecesarios; o de relaciones, superficiales, sí, pero, al fin y al cabo, relaciones. Lo material y las “como-relaciones” nos otorgan una falsa sensación de seguridad. Así de triste es el mundo en el que vivimos y que entre todos hemos creado. Por una parte, tenemos de todo pero carecemos de lo más importante (el tiempo, siempre el tiempo) y somos poco, a veces, nada. Y cuando somos, si acaso, somos infelices [5]. Por otra parte, nunca hubo tantas personas. Y al mismo tiempo, tanta soledad. Por ello, el término red social puede resultar engañoso. Muchos pensamos en su función de sostén. Y quizás, dadas las propiedades adictivas de las nuevas tecnologías y las redes sociales, se parece más a un tipo especial de red: la tela de una araña.
Pero no podemos decir que nos hayan engañado. La Real Academia de la lengua Española (RAE) define claramente a la red social como aquel “Servicio de la sociedad de la información que ofrece a los usuarios una plataforma de comunicación a través de internet para que estos generen un perfil con sus datos personales, facilitando la creación de comunidades con base en criterios comunes y permitiendo la comunicación de sus usuarios, de modo que pueden interactuar mediante mensajes, compartir información, imágenes o videos, permitiendo que esas publicaciones sean accesibles de forma inmediata por todos los usuarios de su grupo”. Parece ser que, efectivamente, las redes sociales son entes que permiten la comunicación masiva, pública de “un perfil con sus datos personales”. Es decir, de una identidad digital ficticia. Es decir, las redes sociales permiten la banalización de nuestra vida privada en aras de una transparencia engañosa. Esto es posmodernidad pura y dura. Como señalo en mi ensayo Hacia un mundo feliz[1], nos publicitamos gratis, masivamente en las redes sociales (“la banalidad de la privacidad —reflejada en la publicitación gratuita de nuestra vida privada en las redes sociales—“) [5].
Ahora bien. Sería erróneo pensar que esa publicitación masiva y gratuita, es un ejercicio de apertura o un intento real de mostrar quien es uno mismo. Si acaso, podríamos hablar de pornografía barata en el que nos desnudamos “a medias”. Las redes sociales muestran apenas aquello que queremos mostrar. Lo que en lenguaje psicoanalítico nominaríamos como “ideal del yo”. Así, nos convertimos en actores no profesionales en las redes sociales. Quizás no es algo demasiado diferente a lo que muchos hemos hecho en alguna barra de bar intentando ligar con la chica de nuestros sueños o simplemente la que aún no estaba acompañada en aquel bar de mala muerte… Porque, ¿acaso vamos a mostrar quiénes somos realmente en la red o en una barra de bar? No. Nos pondremos una máscara griega -o si quieren, veneciana- y mostraremos a ese infeliz que es nuestro “ideal del yo”…. La feliz imagen de un anciano regando el césped y su jardín luminoso en Lumberton mientras suena el Blue velvet de Bobby Vinton en el genial film homónimo de David Lynch. Lo que sigue, ya lo saben. La apoplejía repentina del anciano, el bebé caminando a duras penas -deben sus primeros pasos- y el perro bebiendo el agua de la manguera, aún asida por la mano del anciano que se debate entre la vida y la muerte, mientras la lyncheana cámara nos va adentrando, desde la superficie hacia el subsuelo siniestro dominado por la obscuridad y los gusanos. “Existe la luz y varios niveles de oscuridad”, Lynch dixit.
Finalmente, me gustaría llamar la atención sobre dos aspectos de las redes sociales que me generan inquietud, particularmente en la era post-covid que acabamos de parir. En primer lugar, creo que la pandemia no va a hacer otra cosa que acelerar el proceso de deshumanización de nuestra especie en todos sus ámbitos. Como médico, me preocupa sobremanera la deshumanización rampante que se ha adueñado de mi profesión. Nunca antes se había hablado tanto de la “humanización de la Medicina”. Si no fuera por los tiempos que corren[2], sería un sinsentido hablar de esto: ¿acaso es posible una Medicina no humana? Lamentablemente, su progresiva tecnificación y deshumanización parecen haberla deformado de tal manera, que a veces es difícil reconocerla [5]. En segundo lugar, el crecimiento exponencial tanto de las redes sociales como de la imbecilidad humana (https://farmacosalud.com/dr-blasco-fontecilla-hay-una-deliberada-imbecilizacion-del-ser-humano/) hace que, la pandemia les de una oportunidad única a los gobiernos teóricamente democráticos del mundo: de un plumazo les haya caído un regalo inesperado del cielo -nunca mejor dicho-, una ventana de oportunidad con la que jamás hubieran soñado: poder analizar y monitorizar a todos sus habitantes, sin ningún atisbo de protesta, en una suerte de 1984 en el siglo XXI. La denuncia de Snowden se queda así, en papel mojado. En cualquier caso, sorprende la facilidad con la que la pandemia actual ha permitido que se acepte de manera sencilla, sin apenas lucha, la pérdida de libertades. Da idea del tipo de animal en que nos han convertido. Como bien dice el pastor francés que aconseja a su gobierno, para manejar a un rebaño, sólo es necesario “jugar sobre el miedo y sobre su necesidad de seguridad” (https://www.youtube.com/watch?v=ynd98scAt5g). Dicho esto, ¿hablamos de la red social? ¿o del redil social?
Referencias
- Lipovetsky, G., La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo., ed. Anagrama. 1986, Barcelona.
- Brailovskaia, J., et al., Comparing mental health of Facebook users and Facebook non-users in an inpatient sample in Germany. J Affect Disord, 2019. 259: p. 376-381.
- Brailovskaia, J. and J. Margraf, Comparing Facebook Users and Facebook Non-Users: Relationship between Personality Traits and Mental Health Variables – An Exploratory Study. PLoS One, 2016. 11(12): p. e0166999.
- Masedu, F., et al., Facebook, quality of life, and mental health outcomes in post-disaster urban environments: the l’aquila earthquake experience. Front Public Health, 2014. 2: p. 286.
- Blasco Fontecilla, H., Hacia un mundo feliz. 2016, Madrid: Libros.com.
[1] Descarga gratuíta en formato electrónico en: https://libros.com/comprar/hacia-un-mundo-feliz/
[2] No me refiero al instante COVID-19 actual, sino a la progresiva deshumanización característica de las sociedades posmodernas.
La sesión tendrá lugar el miércoles día 24/06/2020 de 17:30 a 19:00. Debido a las restricciones todavía vigentes, la sesión se celebrará en la plataforma Zoom.
Para citar esta entrada
Blasco Fontecilla, Hilario (2020). El impacto de las redes sociales en las personas y en la sociedad: el problema de la tela de araña o el redil social. 05/05/2020 en https://niaia.es/el-impacto-de-las-redes-sociales-en-las-personas-y-en-la-sociedad/
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No creo que los dirigentes estén felices con lo que les ha caído encima. Por lo demás, me ha gustado leer el artículo