Dar clases en tiempos de pandemia

Dolores Alcántara Madrid.

Profesora de Filosofía de Secundaria. Barcelona

Grafiti anónimo. Flickr

A punto de volver a las escuelas e institutos en plena pandemia mundial, parece ser que inmersos ya en la segunda ola de contagios en nuestro país, me voy a permitir exponer algunas ideas sobre educación y enseñanza, términos que trataré como sinónimos aunque no lo sean exactamente. Estas ideas han surgido al hilo de lecturas, comentarios y reflexiones sobre lo que hemos vivido por primera vez en nuestra experiencia docente: la imposibilidad de mantener la enseñanza presencial y de continuar educando. Por mi experiencia profesional me centraré en la educación en la secundaria obligatoria (ESO) y postobligatoria (Bachillerato, ya que no he ejercido nunca la docencia en ciclos profesionales).

Siendo imprescindible la tarea de transmisión del saber que se realiza en cualquier centro educativo, ésta adquiere mayor relevancia a medida que la madurez intelectual del estudiante avanza, avance natural hasta cierto punto, porque si bien es natural la capacidad de resolver una ecuación de segundo grado, de entender un soneto de Quevedo, la estructura de la célula, el funcionamiento del motor de explosión y un texto de Aristóteles, así como la comprensión y expresión oral y escrita correcta en diferentes lenguas, lograrlo no es un proceso natural, ni mucho menos espontáneo. Si lo que queremos es que los jóvenes adquieran los conocimientos que consideramos que deben poseer cuando tomen el relevo, es ineludible la mediación didáctica del profesorado. Esa mediación exige dominio de la materia, pero también una metodología adecuada a los contenidos y a los destinatarios. Olvidan muchos que la adolescencia es una etapa con sus propias características, una etapa crucial en el logro de la autonomía y del desarrollo intelectual y psicológico. Parece que se olvida todo lo que la psicología del desarrollo aporta sobre la importancia de la educación en la adolescencia y la especificidad de la enseñanza en esta etapa.

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Saber de qué va la enseñanza en secundaria y qué es educar a personas de 12 a 18 años, un periodo de tiempo en el que los cambios de todo tipo se producen a más velocidad de la que pueden digerirlos, convirtiendo ese periodo vital en una experiencia cuanto menos difícil, si no desagradable, es imprescindible para poder ser un buen docente, aunque no suficiente. A los 18 años generalmente se ha conseguido la estabilidad y la autonomía que permiten que el alumnado pueda prescindir de la presencialidad constante, de la guía permanente del profesorado, para avanzar en la adquisición de conocimientos. Pero no antes. El logro es progresivo y no se improvisa. En conseguirlo juegan un papel relevante la inteligencia individual, los estímulos intelectuales y culturales del entorno habitual y, por supuesto, lo que se enseñan y se aprende en el centro educativo. Éste podrá cumplir con su tarea si es la educación es presencial, porque únicamente en la interacción que se produce en el aula es posible. Podemos convertir en aula cualquier espacio en el que estudiantes y profesorado pueden llevar a cabo esa interacción, ese intercambio Ni siquiera el alumnado de altas capacidades puede prescindir de la enseñanza presencial. No digamos aquellos que tienen dificultades específicas, de las cuales una no menor suele ser la de sobreponerse a un contexto familiar y social problemático por diferentes causas.

Confinados a causa de una pandemia que se llevó muchas vidas, demasiadas (siempre son demasiadas), que causó y está causando tanto sufrimiento, tuvimos que seguir enseñando y educando con los medios a nuestro alcance. Nuestras autoridades pretendieron que pasáramos de una modalidad presencial a una modalidad a distancia y que ésta debía ser online. Sin dudar del esfuerzo de la mayoría de mis compañeros de profesión, sostengo que no hicimos tal cosa, que apenas enseñamos, limitando el avance en la adquisición de conocimientos seriamente y provocando, por tanto, un retraso en el aprendizaje de los estudiantes. La educación quedó puesta entre paréntesis, dependiendo del vínculo pedagógico entre profesor y estudiante. Con esto no quiero decir que no hiciéramos todo lo posible por llevar a cabo nuestra tarea. Afirmo que ni profesores ni estudiantes podíamos hacer lo que no sabíamos hacer. Salimos del paso como mejor pudimos estudiantes, padres y madres (no les olvidemos) y profesorado. El profesor de la UNED Rafael Herrera Guillén no duda en calificar de “gran obra teatral” y de «falacia» la educacion impartida durante los últimos meses del pasado curso, aun reconociendo el dramatismo y la excepcionalidad de la situación.

Una estrategia que es preciso mencionar y que tuvo más seguimiento del que querremos admitir fue la de desentenderse del curso, estrategia que no tuvo que ver con la brecha digital, algo relevante en la medida que las herramientas utilizadas eran las de la enseñanza en línea. Una estrategia de estudiantes, pero también de familias y profesorado. Habiendo conseguido promocionar, y hasta titular en la ESO y en Bachillerato será convenientemente sepultada. No formará parte de la “evaluación” que hagamos (¿la haremos?) de la experiencia. A una valoración crítica intenta modestamente contribuir este artículo. Seguidamente expondré en primer lugar primero por qué no hicimos enseñanza a distancia; segundo, por qué no hicimos enseñanza en línea.

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No soy una experta en enseñanza a distancia, pero no es difícil identificar sus características específicas y diferenciadas de la enseñanza presencial. No se trata de enviar ejercicios por correo electrónico, devolverlos corregidos y convocar a los estudiantes a sesiones de dudas por videoconferencia, cuando se les convoca. Tampoco lo es utilizar un libro en formato digital. Como bien señala Rafael Herrera en el artículo citado, la enseñanza (o educación, que utiliza como sinónimo) a distancia (el subrayado es mío):  

«no es simplemente una educación ‘online’, sino otra cosa mucho más compleja y rica: es una educación sin distancia, que sabe mezclar orgánicamente las herramientas en red con la presencialidad y siempre con un sistema de examinación muy preciso. Este sistema a distancia (no meramente ‘online’) de la UNED es adecuado para un perfil muy específico, de un estudiante de edad con una vocación y una fuerza de voluntad que no forman parte del perfil del estudiante medio y mucho menos, de Primaria y Secundaria. Sería absurdo esperar estas características en chicos de entre nueve y diecisiete años, ellos tienen otras.» ( Herrera Guillén, R. (2020) Educación con pantallas, esa mentira . La verdad. 26/08/2020)

Sin embargo, hay profesores de universidad, sin ninguna experiencia en secundaria, que proponen aplicar lo que no es ni enseñanza a distancia ni en línea a estudiantes de secundaria. En la enseñanza a distancia no hay explicaciones del profesorado a la manera habitual, sino que se proporcionan materiales diversos, se facilitan instrucciones sobre cómo trabajarlos y con qué objetivo. Exigen un alumnado autónomo en su proceso de aprendizaje, que se organiza el horario de trabajo, de realización y de envío de tareas. Las dudas no se responden inmediatamente y, si es la primera vez que se hace una tarea, se corrige, pero no se evalúa, ya que el aprendizaje por ensayo /error es también característico de esta modalidad. Por último, el estudiante puede trabajar solo o en grupo.

Pero lo que tuvimos fue otra cosa. En más de un caso incluso pretendieron hacer coincidir el horario de estudiantes y profesorado, al que se suponía responsable de todo el proceso, como en el aula presencial, así como controlar su ritmo de trabajo imponiendo plazos que ni atendían a la especificidad de las materias, ni a situaciones personales. Esas mismas exigencias se trasladaron al alumnado, con bastante indiferencia hacia su situación, a sus medios y a su destreza en la utilización de estos. Sin embargo, el énfasis no se desplazó al aprendizaje del alumno, algo que contradice totalmente lo que es la enseñanza a distancia. No se trataba de que aprendieran, sino de que “hicieran”, dando lo uno por lo otro, como si fueran equivalentes, presupuesto que ha sido asumido acríticamente desde hace tiempo.

Como también es habitual en el contexto pedagógico en el que se desarrolla la educación en nuestro país, se insistió en la vertiente emocional más que en la del conocimiento, manifiestamente marginado. Pero es que no estábamos enseñando, no estábamos educando. Puede que fuera la única opción coherente. Como lo que aprendían no era importante, no hubo ninguna diferencia entre los que querían y no podían (la brecha digital, las condiciones sociofamiliares…) y los que podían y no querían. Se igualó a la baja y se dieron instrucciones para el cálculo de las calificaciones que camuflaron el aprobado casi general y la promoción automática. Nos instaban a seguir “enseñando”, pero se transmitió la instrucción de que el curso lectivo había finalizado el 12 de marzo. Al menos así lo comunicaron los responsables de la Administración y de los centros. Los profesores, tuviéramos medios o no, condiciones personales y familiares o no, fuimos tratados como inteligencias artificiales que debían producir a toda costa actividades, correcciones, pruebas, calificaciones. El enfoque presencial se mantenía, aunque la presencialidad era imposible. La degradación de las condiciones de la docencia no mereció apenas consideración.

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¿Fue al menos en línea la “enseñanza” o, más bien, lo fue el simulacro que llevamos a cabo? Ni disponiendo de plataformas y otras herramientas en línea se puede afirmar que lo fuera. Si el estudiante carecía de la madurez y la autonomía necesarias para que asumiera la responsabilidad de su aprendizaje, la participación tampoco podía ser tenida en cuenta. Para salvar el escándalo de la situación, se propuso que la realización de tareas contara para mejorar nota. No podía faltar el gran incentivo: la nota. Ya sabemos que no funciona como incentivo para aquellos a los que, al conocer el sistema de cálculo de las calificaciones, únicamente querían pasar de curso. Así perdimos a parte de los estudiantes, la mayoría de los cuales encontraremos en las aulas en pocos días. Si seguimos revisando las características de la enseñanza en línea, podremos observar que raramente los recursos empleados fueron interactivos. Ni el libro de texto o digital, los vídeos o las presentaciones lo son. Son digitales, pero no interactivos. Y es que no es lo mismo utilizar herramientas en línea que impartir enseñanza en línea. Recuerdo a un estudiante de bachillerato quejarse de los vídeos que enviaba una profesora de ciencias. “No quiero ver un vídeo en mi habitación y responder unas preguntas”, decía. “Quiero que me lo expliquen, porque si no entiendo algo, haré mal las actividades”. Este estudiante mantiene sin dificultad una media de sobresaliente. No carece de capacidad intelectual, sino de madurez y autonomía para afrontar el reto de la enseñanza a distancia. La actividad era idéntica a la que se llevaba a cabo en clase presencial, pero sin presencia alguna de profesor.

Sin duda la vuelta a las aulas va a ser problemática y todos, estudiantes y profesores, vamos a correr con los riesgos que unas medidas de protección insuficientes y desigualmente aplicadas parecen vaticinar. Muchas son las voces que piden que la enseñanza sea a distancia y online, incluso pretenden que se imponga en parte desde 3º de la ESO. No sé si suponen que vamos a enseñar y además prepararlos para mantener parcialmente esa ficción de enseñanza a distancia o simplemente les enviaremos a casa a hacer los deberes. Muchos piden seguridad en la vuelta a las aulas. En medio de una pandemia mundial pedir seguridad es como pedir la luna. Sí podemos exigir que las medidas de prevención sean suficientes, adecuadas y rigurosamente respetadas. Pero si pretendemos mantener un enfoque a distancia y en línea en el cual cada estudiante sea “protagonista y constructor de su aprendizaje”, como pretende la teoría pedagógica que se reafirma en todas las leyes educativas desde la LOGSE, es preciso que el estudiante haya desarrollado esa capacidad y la haya puesto a prueba anteriormente. Para lo cual es necesario enseñanza presencial, ya que no se produce en los meses que median entre 2º y 3º de la ESO por ciencia infusa. Tampoco en los que median entre 4º de la ESO y Bachillerato, etapa ésta en la que se afirma que la presencialidad no es “tan importante”, una de tantas vaguedades que circulan a la hora de hacer afirmaciones en torno a la enseñanza.

En resumen, la enseñanza a distancia y en línea fueron inexistentes y no por mucho esfuerzo que pusiéramos estudiantes y profesores sirvió al propósito de mejorar los conocimientos y educar las actitudes. Lo hicimos lo mejor que pudimos, incluso los que decidieron no hacer absolutamente nada. Ahora que parece que se avecina, no solo una nueva ola de la pandemia, sino la ofensiva de todos los que salen ganando con promover esas modalidades en los niveles de la educación primaria y secundaria, es importante reflexionar un poco sobre lo que hemos hecho y lo que vamos a seguir haciendo en esos paros inevitables que las cuarentenas intermitentes nos van a imponer. Quizás sea mejor que lean la Odisea o un manual sobre la construcción de un circuito eléctrico que pervertir la tarea docente con la chatarra ideológica de los vendedores de tecnologías de la ignorancia en las que no importa el qué, sino el cómo, en las que no importa el proceso sino el resultado. No les compremos semejante estafa. Seamos docentes, no usuarios de aplicaciones

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Alcántara Madrid, Dolores (2020) Dar clases en tiempos de pandemia https://niaia.es/dar-clases-en-tiempos-de-pandemia/

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