Las falsificaciones en la historia y las conspiraciones. Una visión pesimista de los usos de la historia
David Seiz Rodrigo. Doctor en Historia.
Profesor de Geografía e Historia. IES Pintor Antonio López
El término “historia” tiene una doble acepción en nuestro idioma. La narración y la disciplina se confunden y no sólo en la raíz del concepto, también en su práctica. Desde sus inicios la Historia ha pretendido ser fiel a los hechos, dar testimonio de lo ocurrido e intentar aclarar los factores diversos y complejos que afectan al devenir de las sociedades. Sin embargo, la historia ha sido un relato siempre, un relato que se ha detenido en biografías excelentes, acontecimientos destacados y narraciones más o menos alambicadas sobre el pasado que han contribuido a crear identidades, moralizar y establecer una relación entre nuestros antepasados y nosotros. Aquí la historia ganó su valor social, se hizo un hueco en las escuelas, llenó museos y sirvió de marco a otras narrativas así mismas llamadas históricas y que como espejo de aquella buscaron, si no la verdad histórica más completa, al menos la mayor verosimilitud.
La historia como relato, como construcción, ha sido por ello fácil campo para la ensoñación e incluso la falsificación, que buscando eco en el pasado han tratado de justificar el presente. Toda falsificación histórica parte de la simplificación de una realidad que por compleja suele ser difícilmente aprehensible y también difícil de memorizar. Por ello cuando la historia trata de torcerse en favor de las demandas del hoy lo hace acudiendo a esquematizaciones, variadas formas de presentismo y por supuesto a teorías más o menos elaboradas de corte conspiratorio. Ante la dificultad de explicar algo, ante la difícil tarea de estudiar todas las posibilidades y todos los factores, la conspiración sirve para avanzar sin dificultad sobre la base sólida de alguna enemistad jurada o alguna perversa maquinación.
De nuevo el relato supera a la realidad y la firmeza con la que las conspiraciones nos desvelan la pretendida realidad, desde lo razonable y lo creíble, superan siempre cualquier test de realidad. Afirmaba George Simmel que confundíamos a menudo el que algunas cuestiones importantes fueran secretas con que todo lo secreto fuera importante. Para el falseamiento de la realidad que promueven las teorías conspiratorias, todo lo secreto, todo lo desconocido, todo lo que no comprendemos por su complejidad, puede resolverse a partir de una serie de instrucciones ocultas, manejos turbios y secretos conciliábulos donde se decide la suerte de la sociedad.
El catálogo de conspiraciones es tan largo como larga es la historia y nos ayudan a entender el peso que las sociedades otorgan a la historia. El modo en el que la historia escapa de los historiadores – mucho menos proclives a tales elucubraciones de corte omnicomprensivo – y atrapa a las sociedades que consumen historia en busca de relatos de justificación. La conspiración tiene la virtud de concentrar la responsabilidad y apartarla de nosotros. Por ello las sociedades las han utilizado con profusión, ante las contradicciones de una sociedad y sus conflictos ¿Qué mejor cemento que la prueba de ser objeto de alguna perversa maquinación?
En este punto conviene revisar nuestra tarea de historiadores; ciertamente la historia ha tratado siempre de cargarse de razones científicas, sin embargo, las sociedades que se han servido de ella han preferido utilizarla de un modo mucho menos estricto. Entre la complejidad del relato científico de la historia académica, compleja en sus múltiples referencias, difícil de seguir por la multiplicidad de fuentes y los contrastes entre ellas, las sociedades han preferido una respuesta más concreta y un juicio más claro. Quienes de un modo u otro – en la investigación o en la enseñanza – nos dedicamos a la historia nos enfrentamos a preguntas que suelen buscar una respuesta tajante y clara que muchos somos incapaces de ofrecer ya sea por oficio o talante. Evidentemente el brillo de una buena conspiración o una falsaria simplificación tienen mucho más éxito entre quienes pretenden que la evolución de las sociedades y el acontecer histórico se reduzca a términos más concisos.
Sin duda el relato triunfa sobre la historia científica, la creación de relatos histórico para su consumo social han sido labores de la historia desde sus orígenes. No sólo en términos de creación de identidades o de memorias, también en términos de educación cultural, de recreación de mitos y de mero entretenimiento con cierto brillo cultural. La novela histórica triunfa en nuestro tiempo y para muchos ciudadanos es fuente de conocimiento histórico de primer nivel. El cine y las series de corte histórico son seguidas por millones de espectadores que saben más de los Reyes Católicos por las peripecias de los protagonistas de una serie, que por la lectura de complejos manuales universitarios. A través de estas fuentes, a veces se perpetúan relatos legendarios que abundan en los que la propia escuela promueve desde la infancia. Entre estos mimbres esquemáticos, se cuelan las conspiraciones y todo tipo de falsificaciones con la extraña virtud de explicar las cosas de modo más sencillo y mucho más creíble que la multicausalidad a la que acudimos los historiadores.
¿Cómo escapar a esta realidad paralela? Los historiadores, precisamente por el uso que de la historia se hace, tenemos una difícil tarea. Ciertamente desmontar mitos y relatos inciertos parece la primera obligación de nuestro oficio, pero despojada de su magia, de las virtudes tranquilizadoras de los relatos fundacionales e identitarios. ¿Para qué serviría la historia? ¿Nos sería útil una historia que acabara por ofrecer más preguntas que respuestas? ¿Más incertidumbres que certezas? ¿Queremos una historia que nos acabe por mostrar que el pasado se parece demasiado al presente? ¿Que es igualmente complejo, que está sujeto a las mismas pasiones y excesos? ¿Que no hay más grandeza o gloria que en nuestro presente?
Al final no podemos sustraernos al hecho de que para nuestro mal y vergüenza, gocen de más crédito las mitificaciones y las teorías conspirativas que las sosegadas reflexiones de la historiografía. Quizás no busquemos la verdad en la historia, sino una historia que nos sirva para sostener nuestra verdad, y la verdad es que no resulta muy tranquilizador llegar a una conclusión como esta. Tendremos que hablarlo…, y para ello se pensó este conversatorio.
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