Félix García Moriyón
Profesor Honorario UAM. Miembro del equipo Niaiá
La Agencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo lleva muchos años intentando actuar de manera global y coordinada para resolver los problemas de desarrollo, incluyendo una nueva definición más rica y profunda de lo que debemos entender por desarrollo. Así lo fue haciendo en la constante revisión del Índice de Desarrollo Humano y así lo hizo en el diseño de un plan global, denominado los objetivos del milenio, aprobados en septiembre del 2000. En aquel proyecto se hacían eco, en parte, de las duras y masivas contestaciones realizadas por numerosos movimientos ecologistas y alternativos en la Cumbre de Seattle de 1999, seguidas por otras parecidas en cumbres posteriores.
Los objetivos del milenio del año 2000 fueron ocho los objetivos propuestos, que recogían los cambios progresivamente introducidos en el Índice de Desarrollo Humano y apuntalaban un concepto nuevo de desarrollo, en el que sí era importante lograr mejoras significativas. Para evitar el riesgo de que fuera una gran declaración sin especial repercusión práctica, incluyeron indicadores concretos para cada objetivo e instrumentos para medir el impacto del programa, en una especie de rendición de cuentas. Realizado el trabajo de evaluación, apareció un informe parcialmente optimista de los resultados en 2015
Durante el proceso de evaluación, iniciaron ya la redacción de un nuevo proyecto para los siguientes quince años, 2015-2030. El 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible en la que se enumeran 17 objetivos. Esta nueva agenda de desarrollo sostenible vuelve a fijar un periodo de 15 años, y será evaluada en 2030
Todos somos conscientes de que los retos que debemos afrontar son importantes pues es mucho lo que está en juego. Son además retos complejos, dado el alcance global y su impacto en dimensiones muy relevantes de la vida humana. Por eso mismo, se trabajó duro para logran un consenso, aunque la posibilidad de lograr un compromiso real de todos los gobiernos no estaba clara. Habían pasado solo tres años desde esa declaración y surgió una de las crisis que los propios expertos de la ONU y otros consideraba muy probable: una pandemia precisamente de este tipo, con una elevada capacidad de contagio y efectos muy negativos.
La pandemia sigue todavía, aunque en claro retroceso. Los daños ocasionados en la salud, con cientos de millones de contagiados y millones de muertos, y en la economía, por los confinamientos que paralizaron la actividad económica, han sido muy serios. Podemos abórdalo como un ensayo general, ante un problema global real, no ante la simulación de un problema, para verificar hasta qué punto es posible acometer de manera coordinada el control efectivo de la pandemia. Es pronto para hacer una valoración, aunque, domo era de esperar, ha habido de todo. Ha habido colaboración entre países, enormes inversiones para encontrar una vacuna en un tiempo breve, enormes esfuerzos logísticos para garantizar el suministro en los períodos del confinamiento duro y para resolver el gran esfuerzo hospitalario. Pero también se han dado casos de poca colaboración, de tácticas concretas orientadas más bien por el clásico «sálvese quien pueda». E incluso han renacido problemas geoestratégicos que habían sido dejados de lado tras la caída del bloque soviético. Hay que lograr avanzar en ese acción global en la que todos los países vayan más allá de sus objetivos nacionales y más allá del corto pazo.
La Unión Europea, a diferencia de lo ocurrido en la crisis del 2008-2010 ha logrado plantear una estrategia conjunta, como se ha visto sobre todo en las vacunas. Y lo que es más importante, ha planteado una ambiciosa política, bajo el lema de no dejar a nadie atrás y ayudar más a los países más duramente castigados. Es el plan de recuperación europeo, llamado también NextGenerationEU. España ha recibido una ayuda muy importante que tendrá que aplicar a los proyectos diseñados de manera conjunta por todos los gobiernos.
Sin duda alguna, estamos ante problemas de gran envergadura, para los que hay que buscar políticas técnicamente adecuadas y, sobre todo, éticamente aceptables. «No dejar a nadie atrás», «buscar actuaciones más solidarias», son frase que hemos escuchado con frecuencia, aunque la experiencia previa, sobre todo la de la crisis de 2008-2010, nos hace ser especialmente cautos y nos recuerda a necesidad de participar activamente para lograr que esos nuevos plantes y agendas estén realmente a la altura de las circunstancias. No solo conviene tener presentes los análisis optimistas, como los ya citados de la Unión Europea o algunos de la prensa influyente, como la Vanguardia, sino también los que son más críticos y no auguran grandes logros, como hace El salto. Ya hay estudios que indican que, como era de esperar, la pandemia no ha afectado a toda la población por igual, sino que ha provocado un gran daño a los sectores sociales más desfavorecidos.
Vuelve a pasar algo tan antiguo como la humanidad: en tiempos difíciles, sufren más lo sectores más vulnerables. La frase repetida hasta la saciedad de que esta pandemia ha mostrado la vulnerabilidad humana es más bien o una frase hueca por obvia (al final nadie se queda aquí y todos nos podemos contagiar) o un eufemismo ideológico que oculta el famoso dicho de Orwell, aunque invertido: todas las personas somos vulnerables, pero algunas son más vulnerables que otras. Es más, algunas son muy poco o casi nada vulnerables y otras son dramáticamente vulnerables. Delegar, como parece que puede ocurrir, la gestión de esos cuantiosos fondos prestados en grandes empresas o en gabinetes de asesoramiento de primer nivel es puede ser muy arriesgado, pues esas empresas, como no puede ser de otro modo en este sistema, operan con criterios de maximizar los beneficios, un criterio que pude ser muy disruptivo cuando necesitamos criterios de tipo global en los que al apoyo mutuo y la solidaridad ocupan un lugar preferente.
La urgencia de las medidas específicas para parar los daños de la pandemia no desde relegar los objetivos del milenio, pues son esos los que tienen un enfoque más global, abordando todos los problemas que amenaza la calidad, e incluso la pura subsistencia de nuestras sociedades. El desafío, por tanto, requiere que esos grandes objetivos estén presentes en los planes más específicos para resolver los daños da la pandemia. Para el Seminario Permanente de 2021-2022, el equipo de investigación de Niaiá hemos decidido centrarnos en varios objetivos de la agenda de desarrollo sostenible, convencidos que solo siguiendo ese camino habrá una salida éticamente justificada y social, económica y políticamente eficaces. No parece que existan soluciones sencillas, pero sí es cierto que son numerosos y variados los intentos que se están desarrollando
Una prioridad es la de garantizar una adecuada alimentación a toda la población del planeta, que se va a acercar en breve a los 9.000 millones de personas. Hace falta desarrollando nuevos procesos productivos tanto en la agricultura como en la ganadería y explorar otras fuentes de alimentación, como pueden ser los gusanos e insectos o las proteínas vegetales y animales elaboradas a partir de cultivos celulares. También lo es acabar con la pobreza, pues la disminución constante de la población pobre lograda en los últimos decenios parece estar cediendo y vuelve a crecer la pobreza. Y junto a estos dos está el de mejorar la salud de la población y su bienestar, mejorando la esperanza de vida y la calidad de la vida, y resolviendo algunas situaciones paradójicas, como el incremente de la obesidad infantil o el crecimiento de la soledad, que afecta seriamente a la salud, lo que explica, por ejemplo, la creación en japón de un ministerio de la Soledad. Es importante avanzar en lo que se denomina polibienestar, justo lo puesto a la pobreza multidimensional.
Ciertamente tenemos un problema importante con la energía, puesto que las fuentes habituales (combustibles fósiles) escasean y nuevos enfoques como las renovables o el hidrógeno no acaban de tener capacidad de hacer posible una transición ecológica hacia nuevas fuentes energéticas. Es más, algunos consideran que, sobre todo en algunos países, como la India vamos a ver construir centrales nucleares que en estos momentos son impensables en la Unión Europa (excepto Francia) y América del Norte. Muy importante sigue siendo el enfoque dominante, por ejemplo, en Ecologistas en Acción, y Luis González Reyes es un colaborador habitual del grupo Niaiá.
Otros temas son imprescindibles en un plan serio para salir de la pandemia avanzando al mismo tiempo en los objetivos del desarrollo sostenible: lograr no solo la escolarización de todos los niños y adolescente, sino que es educación sea de calidad y favorezca la formación de personas con capacidad crítica y solidar. Le economía necesita dar un giro hacia una democratización real de las empresas y de la economía en general, sin las brutales desigualdades actuales y sin la proliferación de trabajos de muy mala calidad, y de toda la producción económica, buscando modelos de economía circular vinculados a una producción y un consumo responsables.
Sobre estos temas nos proponemos reflexionar en el Seminario Permanente que empezará en septiembre de 2021.
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García Moriyón, Félix (2021). Un desarrollo sostenible para salir de la crisis de la pandemia. En Niaia, consultado el 07/06/2021 en https://niaia.es/un-desarrollo-sostenible-para-salir-de-la-crisis-de-la-pandemia/
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