Chema Berro
Afiliado a CGT
A lo largo de los dos últimos siglos, desde la instauración del capitalismo el horizonte de transformación social se ha ido desplazando, hoy está absolutamente perdido. Ni la fortaleza, la extensión y penetración del capitalismo, ni el estado caótico en que nos encontramos quienes decimos trabajar en su contra parecen abrir ninguna posibilidad. Si el capitalismo cae lo hará por sus propias fuerzas internas, en una especie de implosión o derrumbe en el que arrastrará a su modelo social y al conjunto de la humanidad. La dimensión, la velocidad y los efectos de esa caída son difícilmente previsibles. Se va produciendo paulatina y cotidianamente, pero en ese declinar se van y seguirán produciendo disrupciones cada vez de mayor envergadura, afectando muy seriamente a las posibilidades de supervivencia humana. Como todos los finales, será un proceso crecientemente acelerado.
El capitalismo, atrapado por la dinámica de la competitividad por él generada, carece de capacidad de frenado, no le queda otra que seguir huyendo hacia adelante, aunque eso suponga acercarse a mayor velocidad a algún tipo de abismo: agotamiento de recursos (alimentos y agua incluidos), cambio climático, catástrofes naturales, guerras con enorme capacidad de destrucción, pandemias, migraciones masivas, extensión del mal social y otros muchos factores hoy imprevisibles o una combinación de todos ellos presentan un panorama nada halagüeño, La misma ciencia, en cuyas soluciones hay quien confía y que pudiera retrasar el proceso, es una ciencia ignorante, capaz de dar solucionar determinados problemas, pero no de prever los problemas mayores que esas “soluciones” generan en el medio plazo.
La competitividad no afecta solo al capitalismo-sistema en sus diversos agentes y en sus instituciones. Se ha desplazado y afecta al conjunto de la sociedad. La guerra, es la última expresión de la competitividad, también la guerra al interior de la sociedad, y lo previsible es que se vaya recrudeciendo conforme las situaciones se endurezcan, abocando a lo que se ha denominado eco-fascismo: una suerte de guerra por la supervivencia de todos contra todos.
Quisiera quitar a esta descripción todo tinte apocalíptico, pero también dárselo. No tiene por qué ser apocalíptico en el proceso, muchas sociedades están ya desde hace tiempo en el colapso sin entrar en un apocalipsis total, pero los procesos parciales no tienen que ser similares a otros generalizados. Y sí me parece apocalíptico en su inexorabilidad, su no reversibilidad.
Entro ahora en terrenos que no controlo y en los que me muevo difuso, por lo que pediría mayor atención, lo hago por si a alguien le sirve. Las izquierdas tendemos a echar todas las culpas de nuestros males al capitalismo. Defiendo que lo que está pasando no es solo un proceso de los doscientos años de capitalismo, de que éste solo acelera algo que venía fraguándose a lo largo de toda la historia de la humanidad, de la configuración de la civilización, por lo menos de la de Occidente hoy predominante y convertida en universal. El capitalismo es solo el agente adecuado a los tiempos. También los “comunismos” contribuyeron al mismo proceso de forma similar, ya que se regían por criterios similares
La autonomía humana, la libertad desprendida de todo carácter de ajuste, la pérdida del sentido de límite, la ruptura de la cadena entre culpa y castigo, la pérdida de conocimiento desgajado en datos y la relación entre desconocimiento y error, la independización de la razón de todo otro criterio valorativo, la opción en exclusiva por lo material, el predominio de la cantidad sobre la cualidad, la conquista de un cientifismo parcializado y reducido a tecnología… son algunos de los ejes que han ido haciendo en ese camino de la historia.
A lo largo de esa historia la humanidad ha ido tomando decisiones, elaborando pensamiento, optando por las diversas opciones que se le presentaban en las encrucijadas, cerrando etapas y abriendo otras nuevas… La previsible implosión capitalista no es solo fruto de sus (y nuestros) errores, tiene mucho de “peso histórico”, es una acumulación de errores más amplios y generales concatenados. Seguramente su culminación.
El previsible colapso no será solo el fin del modelo social capitalista sino de un más amplio modelo civilizatorio y, en definitiva, de un ciclo humano. Lo que no necesariamente implicaría la desaparición total de la humanidad, pero sí la apertura de un nuevo ciclo, una suerte de reinicio, con más o menos vínculo y ligazón con el actual.
Añadiré que ese ciclo humano no es algo aislado en sí mismo, sino que está inscrito en otros ciclos superiores y de mayor duración, el de la naturaleza y evolución de nuestro planeta y el de la totalidad del cosmos. También, que todo ciclo se rige por leyes propias, y que estas se trasladan de los ciclos superiores a los inferiores, añadiéndose a las que en ellos rigen, formando una cadena. Es ahí donde estamos inscritos, todo eso forma parte de nuestra realidad y no podemos ignorarlo, sobre todo no podemos negarlo aunque no lo alcancemos en su totalidad. «Solo el necio cree hacer girar la rueda en la que gira».
A lo largo del ciclo histórico el conocimiento de todo eso, por las decisiones tomadas y por las formas de vivir y pensar, se fue velando, ocultando, hasta el actual predominio de la razón técnica que lo ignora y lo desprecia, como desprecia todo lo que no alcanza. En el mejor de los casos solo podemos echarlo en falta, ser conscientes de que algo nos falta, de que la mera razón no es suficiente y que nuestras posibilidades de otras facultades están muy mermadas.
Hoy sabemos mucho y pensamos poco. Hay un exceso de información, de datos, de estudios, de teorías novedosas que funcionan casi por modas, de pensamiento academicista…, obsesionarse en ese tipo de conocimientos distrae, dispersa y parcializa. Necesitamos otro tipo de conocimiento más allá de la razón, que no se quede en lo inmediato y concreto, que busque el ajuste con lo que decíamos de reglas y límites de la condición humana, inscrita además en otros marcos, con sus reglas propias, que le sobrepasan
Parecería que estuviéramos hablando de un conocimiento contemplativo-metafísico, una suerte de mandato a descubrir en nuestro interior y conducente a una especie de realización interior propia armoniosa, y en cierto sentido lo es, pero en sí mismo sería muy insuficiente. A la vez necesitamos mantenernos perdidos en el no saber, insatisfechos y en tensión; o lo que es lo mismo, necesitamos no dejar de mirar a la realidad con atención, con intensidad. La ética, las convicciones, las reglas, lo mandatos solo nacen de esa confrontación del adentro y el afuera. La mirada atenta a la realidad, la concreta y la amplia, es central. El desconocimiento conduce al error, y ninguno de los dos son inocentes. Más, la realidad solo se conoce actuando sobre ella, no desde el mero pensar.
Creo que los muchos errores que hemos cometido en nuestra actuación cuelgan de ese desconocimiento, de no haber sabido ajustarnos a ese otro algo, de haber actuado como si la historia comenzase con nosotros, como si en todo momento lo pudiéramos todo. Hemos querido hacer historia, irrumpir, pero la historia requiere continuidad, cadencia, ritmos propios y es capaz de engullir todos los sobresaltos. Seguramente solo se puede trabajar en lo cotidiano, en los pequeños cambios que admite la normalidad, asentándolos e incorporándolos a esa normalidad.
Toda mi exposición parece abocar a una especie de determinismo que pudiera tener efectos inhibitorios y paralizantes. Sería un error absoluto. Puede que nuestro quehacer haya perdido ya dimensión épica, pero no significado. Las pequeñas cosas que sí dependen de nosotros no las alcanzaremos sin poner en ellas toda nuestra voluntad, igual que la que pondríamos en la mayor gesta. Somos solo parte de la realidad, y parte pequeña casi insignificante, pero en esa insignificancia está todo lo que somos, y en lo que hacemos está todo lo que podemos llegar a ser.»
«¿QUÉ HACER?
En el grado que sea, hoy está en juego la supervivencia de la humanidad, no es algo que vayamos a conseguir una minoría, menos a imponerlo, solo podría ser cosa de un común. En un mundo cerrado y compacto, tenemos todo por hacer.
La orientación de ese quehacer parece clara: más que el sistema económico capitalista necesitamos cambiar el modelo social que ha instaurado, hoy el anticapitalismo pasa por el antidesarrollismo. El decrecimiento no es una opción, viene sí o sí, la opción es el modo de decrecer: voluntario, vivible y sensato o impuesto, competitivo y con desigualdades crecientes. El reparto es anticompetitivo, la igualdad solo es posible en la sobriedad.
Lo que está menos claro es el cómo llegar a eso, el qué hacer en el entretanto. Perdido el horizonte, descartada cualquier meta revolucionaria, equivalente a totalitaria, ¿qué finalidades podemos buscar en nuestro quehacer que le doten de cierto sentido?
No veo mucho más allá de tres posibles finalidades: la primera sería el ahorrar algunos sufrimientos de personas concretas, la segunda la de retrasar un poco el proceso, ganar tiempo, y la tercera preparar un poco el post y los inter de las posibles fases del previsible colapso.
El primero lo hacemos a través de la actuación social clásica reivindicativa; desahucios, reparto del empleo, rentas garantizadas, ayudas a la cobertura de necesidades básicas, antimilitarismo, defensa de los derechos de las personas migrantes y de los servicios públicos, como sanidad y educación, etc.
El segundo mediante la propuesta decrecentista, la oposición a todos los macro-proyectos y a la movilidad, la defensa del consumo de cercanía, etc., que también en parte se inscriben dentro de lo reivindicativo, pero un poco más ligados a lo vivencial.
En ambos casos hay que tratar de variar nuestras formas de ejercer lo reivindicativo. Por un lado, hay que matar todo protagonismo de siglas de organizaciones y organismos, lo que importa es lo que estamos proponiendo. Somos personas sin adjetivos que se dirigen a personas, cualquiera que sea su adjetivo. También hay que ganar el carácter más unitario posible, tanto en la confluencia de agentes, como en el mensaje que unifique todas esas reivindicaciones parciales. Hay que cuidar mucho el lenguaje, restar todo el carácter de exigencia impositiva y tratar de llegar y atraer a la mayor parte de la sociedad. Hay que rebajar el elemento confrontación, en ocasiones necesario, y acentuar el de convencimiento e invitación. Un modelo social que atrapa las vidas no se cambia sin cambiarlas, por eso es fundamental que nuestras reivindicaciones estén acordes con nuestras posturas vitales, más, que arranquen de un previo cambio de vida, convertida luego en propuesta política, de modo que nuestra reivindicación se convierta también en invitación, presentando esas posturas y esas formas de vida como más satisfactorias.
Este cambio de vida como forma real de reivindicación empalma con la tercera finalidad, que denominaría organización de la retaguardia, el ir construyendo realidades distintas.
Se trata de construir comunidad. En los tiempos de que hablaba de los ´70, de fuerte lucha obrera, ese componente político era tan consistente que generaba comunidad sin proponérnoslo: compartíamos, sabíamos que contábamos con el otro en todas las circunstancias y para todos los menesteres. Hoy creo que eso no se da por la falta de entidad de propuesta, pero la comunidad es más necesaria que nunca; el individuo aislado es frágil, muy débil y multitud de circunstancias y dificultades le empujarán a dedicar demasiados esfuerzos a “la vida privada”, rebajando su exigencia en el quehacer colectivo. Necesita el respaldo de una comunidad, de compartir con. Creo que hoy la construcción de comunidad podría basarse en dos cosas: un grado de afinidad personal y una tarea o finalidad común por parcial que sea. La comunidad, teniendo algo de guarida, debe tratar de mantenerse abierta y acogedora, con capacidad de integrar y de servir de refugio en momentos determinados para individuos externos. Tiene que buscar siempre el proyectarse hacia fuera, no desvincularse de la realidad y manteniéndose parte de todos los esfuerzos por cambiarla. Debe aspirar a ir planteando en común la respuesta a las necesidades vitales, a todas o a parte de ellas, yendo por pasos y sabiendo que la duración es más importante que la integralidad. En esa puesta en común de la satisfacción de las necesidades mantenidas en cierta sobriedad, es preferible compartir tareas, trabajo y realidades que dinero; avanzar en ir conquistando autosuficiencia, recursos propios, construyendo una realidad propia, mejor ligados a la tierra y las necesidades básicas, no excesivamente tecnologizada, etc. Si esas posibles realidades que vayan surgiendo se coordinan y complementan, será otro paso adelante.
La comunidad tiene que ser una forma de vivir, de escapar de los individualismos y espacios cerrados, de incrementar la capacidad de proyectarse en la realidad, de enfrentarse a las sucesivas fases del colapso y de preparar un post que sea habitable y que apunte a otras formas de sociedad y civilización.
Hasta aquí. No veo más. Quedan muchas cosas fuera y que debieran mantenernos insatisfechos y en tensión, siempre buscando más.
Si desea citar esta página
Berro, Chema (2023). Perspectivas. En Niaiá. Revista interdisciplinar sobre formación y resolución de problemas morales. nº 2, consultado el 18/09/2023 en https://niaia.es/amad-a-vuestros-enemigos-(en-revista-niaia,-nº2)/
Creemos en el libre flujo de información. Republique nuestros artículos libremente, en impreso o digital, bajo licencia Creative Commons, citando la fuente.
Si lo desea, puede volver a publicar este artículo, en forma impresa o digital. Pero le pedimos que cumpla estas instrucciones: por favor, no edite la pieza, asegúrese de que se la atribuye a su autor, a su institución de referencia (universidad o centro de investigación) en Niaiá.