Mujeres invisibles

UNAM Global

Roberto Colom

Catedrático en Psicología Diferencial. UAM

Caroline Criado Pérez recibió el premio (Science Book Price) de la Royal Society por el ensayo que comentaremos seguidamente:

Invisible Women. Exposing data bias in a world designed for men (2019).

El mensaje esencial que se deriva del descomunal número de evidencias que revisa la autora es tan simple como poderoso:

Es imprescindible incrementar la presencia de mujeres en los organismos que toman las decisiones sobre las condiciones de vida de los ciudadanos, de modo que se haga visible, al fin, al 50% de la población que se ha ninguneado durante la historia de la civilización humana.

Quienes han adoptado esas decisiones se han visto aquejados de un sistemático punto ciego que perjudica, gravemente, el bienestar de ese 50%, aunque también a la humanidad en general.  Y la causa no ha sido, sostiene Caroline, la mala fe, sino, sencillamente, que se ha carecido de eso que ahora se denomina ‘perspectiva de género’:

“Una de las cosas más importantes que debe decirse respecto de la ausencia de datos sobre el género (gender data gap) es que, generalmente, no es una práctica maliciosa, o incluso deliberada. Al contrario (el problema es que) cuando se dice humano, en general, eso significa hombre (…) cuando se diseña un mundo que debe ser adecuado para todo el mundo, se necesitan mujeres en la sala (…) al dejar a un lado la perspectiva de las mujeres se promueve un sesgo no intencionado favorable a los varones que intenta venderse (a menudo de buena fe) como neutral con respecto al género.”

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Después de estudiar este ensayo con atención, crece en este lector un imparable monumental cabreo ante la práctica habitual de caricaturizar, en determinados medios (basta un paseo por Twitter), a quienes defienden esa perspectiva de género y sus propuestas. Suelen ser objeto de ataques, desde todos los frentes, no solamente los frontales. Es fácil preguntarse quién está interesado en promover esas ilegítimas actuaciones. También se puede sospechar de la insistencia en que la estrategia socialmente adecuada, justa, corresponde a la neutralidad, amparándose en quimeras como la que subyace al mantra del mérito individual por encima de todo lo demás.

Aunque son numerosas las temáticas que se tratan aquí, hay tres que destacan: (1) el cuerpo de la mujer, (2) la carga que les supone a las mujeres el trabajo no remunerado y (3) la violencia que deben soportar las mujeres.

Desde el comienzo se aclara qué se entiende por ‘sexo’ y por ‘género’.

El sexo correspondería a las características que determinan si un individuo es varón (male, XY) o mujer (female, XX).  El género se refiere al significado social que se le impone a ese hecho biológico:

“Uso ‘gender data gap’ porque el sexo no es la razón por la que se excluye a las mujeres a la hora de registrar datos (…) el problema no está en el cuerpo de la mujer, sino en el significado social que se le asigna a ese cuerpo y en un fracaso, socialmente determinado, al tenerlo en cuenta.”

El viaje al que nos invita (u obliga a hacer, con razón) Caroline comienza con el arte rupestre. Aunque se da por hecho que, por ejemplo, los artistas de Altamira fueron varones, hay evidencias consistentes con la conclusión de que fueron mujeres. También recurre a la influencia que pueden tener las lenguas que usan el genérico masculino sobre la conducta proactiva de las mujeres a la hora de, por ejemplo, optar a una determinada ocupación laboral, o al responder a los test psicológicos de selección de personal:

“Un grupo de cien maestras serán denominadas ‘las profesoras’ en español, pero en cuanto se añade un varón al grupo la denominación cambiará a ‘los profesores’. Ese es el poder de la denominación por defecto (default male).”

Después del demoledor capítulo introductorio (the default male) el ensayo se organiza en seis partes: (1) vida diaria, (2) ocupación, (3) diseño, (4) medicina, (5) vida pública y (6) cuando las cosas van mal.

El hecho de que las mujeres se hagan cargo del 75% del trabajo no remunerado asociado al cuidado de los demás, les obliga a unas necesidades de movilidad que son terroríficamente ignoradas por los responsables políticos que toman las decisiones sobre la red de transportes de las ciudades y, en general, de los países. ¿Por qué? Porque no hay mujeres en la sala en la que se toman esas decisiones sobre las necesidades de movilidad. Caroline revisa una serie de ejemplos que demuestran que las autoridades están cero interesadas en considerar que son ellas quienes suelen llevar a los hijos al colegio, al médico y a las actividades extraescolares. Además de, por supuesto, encargarse de supervisar a sus mayores antes de irse a trabajar a sus empresas. El panorama es desolador, pero hay solución.

A medida que se avanza en la lectura queda claro que la autora podría ser considerada, con todos los honores, como una psicóloga diferencial equivalente a clásicos de esa disciplina como Anne Anastasi o Leona Tyler:

Mujeres y varones responden a similares condiciones ambientales de modo diferencial.”

El hecho influye sobre la toma de decisiones sobre sus rutinas cotidianas:

“Ellas suelen ser más sensibles que ellos a las señales de peligro y desorden social 

(…) ese temor [avalado por las estadísticas] es la principal razón por la que las mujeres dudan al usar el transporte público 

(…) cuando quienes planifican ignoran el género, los espacios públicos se convierten, por defecto, en aptos para los varones

(pero) las mujeres tienen el mismo derecho a los recursos públicos.

Dejemos de excluirlas por defecto (…)”

También influye sobre sus respuestas biológicas:

“Varones y mujeres tienen distintos sistemas inmunitarios y distintas hormonas, y eso puede jugar un papel en la absorción de determinadas sustancias químicas.

Las mujeres suelen presentar menor tamaño que los varones y disponer de una piel más fina.

Ambas características pueden influir en los niveles aceptables de exposición a determinadas toxinas.

Esta menor tolerancia se une a un mayor grado de grasa corporal, faceta que facilita la acumulación de esas sustancias químicas.”

El hecho de que sean las mujeres quienes se encargan masivamente del trabajo no remunerado está detrás de que sean ellas las más dispuestas a aceptar trabajos remunerados a tiempo parcial, y, por tanto, a disponer de peores condiciones económicas. Optan por trabajos más flexibles para poder dedicarle tiempo a actividades ni remuneradas ni verdaderamente valoradas por la sociedad en la que viven:

“Esa elección, que en absoluto es una elección, empobrece a las mujeres (…) ¿está infravalorado el trabajo no remunerado que hacen las mujeres porque no lo vemos o es invisible porque no lo valoramos?”

La cosa tiene bastante sustancia y considerables aristas, como veremos.

Capítulo aparte merece el hecho de cómo afectan las bajas por maternidad. Algunos países lo hacen mejor que otros, indudablemente, pero incluso en Europa se aprecian grandes diferencias entre países. Comenta el caso de USA cuando Trump quiso que se aprobase en el congreso el pago de su salario a las madres durante seis semanas. La propuesta fue rechazada.

También conviene recordar cómo usan esas bajas madres y padres, algo que la autora desarrolla con detalle porque las primeras invierten en el cuidado de los retoños, mientras que los segundos aprovechan para seguir produciendo. El caso es especialmente llamativo en el mundo académico.

Las compañías supuestamente más ‘enrolladas’ con la causa, como Google o Apple, padecen de las mismas negligencias selectivas. Se relata el caso de Google, completamente insensible a las necesidades de sus trabajadoras embarazadas a la hora de dejar su vehículo en un lugar cordial con su estado. También se revisa el absurdo lujo de algunas oficinas de Apple (spas acojonantes, etc.) y su olvido de poner una guardería en la oficina para facilitarle la vida a sus trabajadores. Critica, asimismo, y con razón, que sea tan complicado el trabajo remoto en puestos perfectamente compatibles con esa opción en una inmensa mayoría de las horas laborables. Les haría la vida algo más fácil a las mujeres, pero, por lo que parece, no hay manera de aumentar el nivel de racionalidad del personal responsable en las empresas.

El capítulo cuatro arremete contra el mito de la meritocracia, una vez más de modo especialmente oportuno, mientras que el cinco revisa las consecuencias del fracaso al considerar las necesidades de las mujeres en las ocupaciones laborales en virtud de su sexo (estructura corporal) con ejemplos que logran incrementar el cabreo del lector:

“En 2018 se le abrió expediente en España a una mujer policía por usar un chaleco antibalas que se compró por su cuenta. El chaleco que le ofrecía su comisaría no le servía (el espacio era insuficiente para encajar sus pechos y mantener el nivel de protección reglamentario en esa clase de prendas).”

El problema del diseño de objetos y dispositivos cotidianos es especialmente grave (one-size-fits-men). Se revisa el caso de los smartphones (demasiado grandes para que las mujeres puedan llevarlos en sus prendas de vestir y puedan cumplir, por tanto, funciones básicas como la ayuda en situaciones de peligro) o los coches, diseñados según las medidas estándar de los varones (ellas se ven obligadas a conducir en una posición antinatural y están más expuestas a resultados fatales en caso de colisión – los test usan muñecos varones y se centran en el asiento del conductor). No existe aún un cinturón de seguridad adecuado para mujeres embarazadas. Sobrecogedor.

Entre las múltiples funciones de la aplicación de salud de Apple no incluyó, en su lanzamiento, un calendario para controlar el ciclo menstrual. El 50% de los usuarios que menstrúa era, a efectos prácticos, invisible. Al preguntarle a Siri sobre servicios de prostitución y comercializadoras de Viagra, respondía con suma eficiencia, pero se quedaba en blanco cuando se le preguntaba por servicios de interrupción del embarazo. También ayudaba Siri en caso de ataque cardiaco, pero entraba en bucle cuando se le informaba de que se ha sido víctima de una agresión sexual.

El mundo de la medicina y la salud está repleto de negligencias con respecto a la variable sexo:

“Los cuerpos de mujeres y varones son distintos desde el nivel celular.”

Pero las autoridades ignoran esa realidad.

La evidencia es abrumadora al demostrar que el mismo fármaco puede tener efectos muy distintos según el sexo. Puede ser útil para varones e inútil (o dañino) para las mujeres. Un fármaco que podría ser útil para ellas no llega a comercializarse porque el correspondiente ensayo clínico solamente usó varones y se demostró un efecto nulo en ellos. Cuando, rara vez, se consideran mujeres en esos ensayos clínicos, se pone especial cuidado en administrar el medicamento cuando están en la fase folicular de su ciclo menstrual porque, oh sorpresa, sus niveles hormonales están menos ‘alterados’ (es decir, cuando se parecen más a los varones):

“Pero la vida real no es un estudio, y, en esa vida real, las molestas hormonas (progesterona y estradiol) tendrán un impacto sobre los resultados.”

Incluso cuando se usan animales para probar determinadas sustancias, los científicos se inclinan por usar machos, a pesar de que se sabe que, al considerar hembras, los efectos cambian visiblemente:

“¿Cuántos tratamientos se han perdido las mujeres sencillamente porque no se observó ningún efecto sobre las células de los varones que se usaron en el correspondiente estudio? 

(…)

Jeffrey Mogil, neurocientífico de la McGill University, le hizo saber a la Organización para el Estudio de las Diferencias de Sexo que la práctica de excluir a las mujeres desde el comienzo de cualquier investigación no es solamente científicamente idiota, así como una pérdida de dinero, sino profundamente antiético.”

Determinadas dosis de un medicamento que pueden funcionar en un varón pueden suponer una sobredosis letal en una mujer:

“Durante milenios, la medicina ha supuesto que el cuerpo del varón representa a la humanidad 

(…) Que la situación siga así en pleno siglo XXI es un auténtico escándalo.”

En el capítulo titulado ‘El síndrome de Yentl’ revisa Caroline, entre otros, algunos casos relacionados con la salud mental y el proceso de diagnóstico, que puede variar considerablemente según la variable sexo (depresión, desórdenes de conducta, autismo, TDAH, Asperger). También documenta la endometriosis, las migrañas, el síndrome premenstrual o la dismenorrea:

“Se ha de enseñar a los médicos a escuchar a las mujeres para que reconozcan que su incapacidad para diagnosticar adecuadamente sus problemas no se debe a que ellas sean unas histéricas o a que mientan; el problema puede estar en que no hay datos (gender data gap).

Ha llegado el momento de dejar de menospreciar a las mujeres y de empezar a salvarles la vida.

En el capítulo 12 se cuestionan las medidas habituales del PIB porque ese índice ignora, arbitrariamente, información relevante. No es solo cuestión de lo que hacen los gobiernos o las grandes compañías. Deliberadamente se ignora el trabajo no remunerado, como, por ejemplo, el trabajo doméstico relacionado con la preparación de comida, la limpieza y el cuidado de los niños. Aunque de palabra se reconoce que esas actividades son importantes, se dejan fuera de los indicadores económicos, “a pesar de que las estimaciones sugieren que contribuye al 50% del PIB en los países desarrollados y al 80% en los en vías de desarrollo.”

Lamentablemente son estimaciones porque hay un problema endémico a la hora de recoger datos fiables. Y la interpretación de los que hay es abiertamente mejorable.

Lo grave de esa situación es que alguien se encarga de los trapos sucios de la sociedad sin que apenas suponga un coste a la economía del país. Aparentemente, por supuesto, dado que ese feo truco influye de modo muy negativo en las opciones de las mujeres para competir con el otro 50% de la población:

“El mejor programa de creación de empleo supondría instaurar un sistema de ayuda universal para cuidar de los niños.”

El capítulo 13, qué interesante coincidencia, desmonta los supuestos propósitos de ayuda al desarrollo de las multinacionales que se instalan en los países en vías de desarrollo. Además de buscar obsesivamente paraísos fiscales, promovidos desde la perversa Suiza y sus opacas entidades financieras, destaca Caroline que una de las claves de su éxito radica en la explotación laboral de las mujeres de esos países.

Uno de mis capítulos favoritos es el 14 (Women’s rights are human rights).

La autora hace un análisis brutal, por ejemplo, del acoso sin cuartel al que fue sometida Hillary Clinton cuando optó a la presidencia de los USA. Fue descrita a menudo como demasiado ambiciosa por desear presidir el país:

“Se podría argumentar que es, de hecho, bastante ambicioso para un empresario fallido y una celebridad de la televisión sin experiencia política previa, postularse para el puesto político más importante del mundo, pero el término ambición no suena a algo sucio cuando se trata de Trump.”

Hylary Clinton-Store norske leksikon

Señala que el sistema democrático está diseñado para impedir que las mujeres lleguen el poder:

“La evidencia de la que se dispone a nivel mundial demuestra que las cuotas no conducen a sistemas monstruosos liderados por mujeres incompetentes (…) esas cuotas son un correctivo a un sesgo oculto que favorece a los varones; el actual sistema es antidemocrático.”

A medida que aumenta la presencia de mujeres en la vida política, se incrementa la hostilidad mediática hacia ellas. Evidentemente, esas prácticas actúan como disuasoras. Pero es urgente que “se aplique un sistema electoral basado en la evidencia y diseñado para asegurar que haya una verdadera diversidad de gente en la sala en la que se decidirán las reglas que nos gobernarán a todos nosotros.

De ninguna manera pueden considerarse problemas de una minoría los que afectan al 50% de la población mundial:

“Neutral con respecto al género no significa, en absoluto, igualitario.”

En el afterword, Caroline vuelve a destacar las tres cuestiones clave que puso encima de la mesa al comienzo de su ensayo:

1.- Hay que visibilizar el cuerpo de las mujeres en relación con sus necesidades a distintos niveles (p. e. médico, arquitectónico, tecnológico).

2.- La visibilidad del cuerpo de las mujeres delimita la segunda cuestión crucial: la violencia que ejercen algunos varones sobre las mujeres coarta gravemente su libertad.

3.- El trabajo no remunerado:

“Esa es la ironía de ser mujer: súper visible cuando se trata de hacer el trabajo sucio e invisible para el trabajo de prestigio.”

La autora no se reprime, y hace bien, al zarandearnos con contundentes mensajes como el siguiente:

“Los cuerpos de las mujeres son demasiado inarmónicos, menstruales y hormonales. Sus hábitos al desplazarse y viajar son demasiado caóticos, sus planes laborales son demasiado aberrantes, sus voces son estridentes 

(…) el consenso es claro: las mujeres son anormales, atípicas, fallidas. 

¿Por qué no se parecen más a los hombres?”

El único antídoto eficiente para acabar con esa patética coyuntura es, como se dijo antes, pero vale la pena usar de nuevo ahora que cerramos este comentario, que haya más mujeres en las salas en las que se toman las decisiones porque ellas no olvidan con facilidad que las mujeres existen.

Preguntémoslas más a menudo y con entusiasmo.

Es la salida honorable del callejón en el que estamos ahora.

Si desea citar esta página

Colom, R.. (2023). Mujeres invisibles. En Niaiá, consultado el 22/01/2023 en https://niaia.es/mujeres-invisibles/ 

Esta entrada fue publicada previamente el Blog de Roberto Colom, y lo publicamos aquí con su autorización.

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