Luis de la Cruz. Contra el running. Corriendo hasta morir en la sociedad postindustrial. Jaén. Piedra de papel Libros. 2016. 93 pp.
Reseña de Juan B. Campagne Aguilera
“Nunca he corrido” comienza admitiendo el autor de este ensayo. Procura dejar claro también, que sus reflexiones no deben entenderse como un ajuste de cuentas contra una disciplina deportiva ni un intento de estigmatización hacia quienes salen a correr, como tampoco un alegato contra la liberación de endorfinas. Por el contrario, se trata de bosquejar qué nos cuenta el running de nosotros y de esta moda masiva.
Desde un primer momento, de la Cruz marca la diferencia entre el correr como actividad física y el running como fenómeno global, entendiendo este último como una buena metáfora del mundo actual: individualista, adicto al movimiento continuo, rápido e inestable. Por otro lado, hace hincapié en el hecho urbano, haciendo un recorrido histórico sobre cómo ha ido surgiendo la figura del runner en la ciudad neoliberal.
El autor considera al deporte como una extensión del proceso de modernidad y como una herramienta para el asentamiento del Estado-Nación. Habla de ellos como una de las primeras vías hacia la nueva ética burguesa y capitalista, ya sea a través de su práctica o de su vertiente espectáculo. Para desentrañar más esta última idea, se pone el foco en dos aspectos: El espacio, entendiéndolo como el lugar en donde se desarrollan ‒siguiendo a Foucault‒ las relaciones de poder entre sociedad y deporte, y se ensayan las técnicas para disciplinar nuestros cuerpos; y el tiempo, que se arrebata a los obreros en los primeros tiempos de la sociedad industrial ‒por medio del mítico 8h, 8h, 8h‒ y se devuelve ahora con intenciones comerciales.
De la Cruz analiza las relaciones entre el deporte espectáculo y las sociedades occidentales desde el último tercio del siglo XX hasta la actualidad. Según este análisis, en esa relación está presente la sublimación de la violencia, la aceptación de la competitividad y la entronización del coraje y del elitismo. Todo ello de la mano de un plan específico que incluye la aparición de nuevas prácticas deportivas ajenas a los deportes (gim-jazz, aerobic swimming, etc.) y del desarrollo urbanístico, con sus operaciones financieras. Para el autor, el deporte ha invadido la ciudad, con el auge de los gimnasios y las carreras urbanas, y ha hecho que esta quede atrapada en la creciente concepción consumista de la calle.
Tras ello, el autor se detiene en el Reino Unido y en EE. UU. y el camino paralelo entre el deporte y la colonización. En concreto, analiza el apogeo de la maratón y de los Juegos Olímpicos, elementos que sirven a los grandes grupos económicos internacionales de las ciudades globales para acaparar rentas y provocar, en paralelo, oleadas de desplazamientos y procesos de gentrificación sin precedentes.
En este contexto, se sitúa al running como una práctica deportiva que refleja y transporta la ideología dominante del capitalismo americano. Los mass media, el merchandising de marcas y empresas deportivas, como Nike o Adidas, más la influencia de muchos deportistas con nombres y apellidos conforman lo que hoy se denomina corporativismo deportivo. El autor llama la atención sobre cómo este gran espectáculo global se ha apropiado de peculiaridades locales para explotar su capital simbólico en el mercado global. Para ello, ofrece entre otros, el ejemplo de Nike y la utilización de imágenes de corredores rarámuris para la campaña publicitaria Correr está en el ADN de todos los mexicanos.
En resumen, el libro me ha resultado una lúcida reflexión sobre cómo los habitantes de las ciudades nos hemos ido convirtiendo, una vez más, en un rebaño guiado bajo la influencia de una práctica, en principio saludable ‒a nadie escapan sus beneficios‒ si no fuera por la individualización, por la competitividad, por una concreta representación del cuerpo y por la comercialización. He aquí algunos de sus puntos oscuros. Circunstancias ante las que conviene estar atento, puesto que pueden ir en detrimento del contacto con la naturaleza y con los demás y, en definitiva, de nuestro mismo bienestar afectivo y corporal.