Javier García Herrería
Profesor de Filosofía. Secundaria.
En 2023 hay elecciones autonómicas y generales, por lo que los políticos de todo el arco parlamentario se esforzarán por distinguirse de sus rivales generando gran polarización. Seguramente veremos muchos adjetivos gratuitos como “ultra”, “fascista” o “comunista”, a la hora de hablar de los rivales políticos. Aunque todos tenemos opiniones políticas, a casi nadie le gustaría vivir en una sociedad de partido único, incluso aunque gobernase el partido de nuestro supuesto “bando”. Por eso, debemos velar para que la pluralidad sea posible en nuestras sociedades, mejorando el diálogo social usando las palabras con más rigor, es decir, cuando verdaderamente tenga sentido aplicarlas.
¿Qué pensarías si desde la Fundación Disenso o el mismo Quintana Paz criticaran a Santiago Abascal cuando hace comentarios despreciando a sus rivales? ¿Y si lo hiciera Pablo Motos censurando por la misma razón a Jordi Évole? Pues eso mismo se atrevió a hacer Arthur Brooks al mismísimo Donald Trump, cuando Brooks dirigía el mayor think thank conservador de Estados Unidos.
En la última década el diálogo en la esfera pública se está deteriorando cada vez más. No hay día en que no se vea a un político tratar con desprecio a sus rivales, una cuenta de twitter vomitando odio contra otros, o personas que han dejado de hablarse con amigos o familiares porque no están de acuerdo en algún asunto.
Por estas razones, resulta especialmente necesario escuchar la propuesta de Arthur Brooks, el politólogo estadounidense que dirigió el American Enterprise Institute, el mayor think thank de ideas conservadoras, muy cercano al partido republicano; columnista en el New York Times y el Washington Post y es profesor de la Harvard Kennedy School. Y por si fuera poco habitual esta mezcla, resulta que tampoco esconde sus convicciones católicas.
El diagnóstico de Brooks es muy sugerente: la polarización de las sociedades occidentales no es consecuencia de diferencias insalvables sino del crecimiento de una cultura del desprecio hacia los que piensan diferente. No nos está perjudicando la diversidad de ideas (al revés, la considera algo positivo), sino las descalificaciones personales y la excluyente superioridad moral que emanan nuestras palabras cuando juzgamos las propuestas de nuestros rivales. Es la cultura del “zasca”, que muchos aplauden y consumen a diario, tanto para entretenerse como para informarse, en la que no importan los argumentos para defender nuestras ideas, solo humillar a nuestros rivales.
El libro en el que ha plasmado estas ideas se titula Amad a vuestros enemigos y el hecho de que haya pasado bastante desapercibido desde que se publicó en 2020 quizá sea un síntoma de lo poco que nos interesa cambiar.
Brooks argumenta que utilizar la ira y el resentimiento no son un enfoque eficaz para lograr que tus ideas tengan buena acogida a largo plazo. En su lugar, propone un estilo diferente de liderazgo basado en el cuidado de las relaciones personales con aquellos con los que discrepamos. Sin embargo, sus ideas no se limitan a promover la cortesía y la aceptación, sino que se centran en identificar lo que nos une y utilizar los desacuerdos como oportunidades de crecimiento.
Su planteamiento huye del buenismo moralizante, a pesar de que el título utiliza una famosa frase de Jesucristo en el Evangelio. Sin embargo, el libro se basa fundamentalmente en sólidas razones, fundamentadas en numerosos estudios de psicología y sociología. Además, cuenta con una retórica persuasiva eficaz y buenas historias con las que ejemplificar su tesis.
Los efectos de la cultura del desprecio
El desprecio es capaz de generar odio, destruyendo familias, comunidades y naciones. De hecho, hay estudios de psicología que demuestran que las parejas se rompen mucho más por el desprecio que se muestran, que por la ira que se genera en algunas situaciones. Y es que el sarcasmo, la burla, la ironía o poner los ojos en blanco como signo de desacuerdos son un veneno eficaz para acabar con las buenas relaciones. En definitiva, se puede dialogar con alguien con el que no estás de acuerdo y convivir en paz, pero es mucho más difícil si sabes que te desprecia.
En muchos países, los líderes divisivos de la izquierda predican una política que explota la envidia, mientras que los de la derecha promueven una política de la exclusión, ya sea de los pobres, o de los inmigrantes. Unos y otros denuncian problemas reales que hay que afrontar, pero su retórica se centra más en destruir a sus rivales que en solucionar los problemas.
Un psicólogo estudioso de los efectos del desprecio, lo define como un “ácido sulfúrico” para las relaciones, pues afecta negativamente al sistema inmunológico, la autoestima y el sistema cognitivo, es decir, que es perjudicial a nivel físico, emocional y cognitivo. La Asociación Americana de Psicología todavía concreta más y afirma que el desprecio aumenta la ansiedad, la depresión, los celos y la tristeza.
Vivimos en una auténtica pandemia de desprecio, que dificulta enormemente que las personas trabajen en soluciones comunes. Cuando uno se acostumbra a disfrutar viendo cómo se desprecia a sus rivales el cerebro produce dopamina, el neurotransmisor del placer. Poco a poco esa “droga” va volviéndose cada vez más adictiva, hasta que no se puede vivir sin una dosis diaria de desprecio. La necesidad es aún mayor cuando es uno mismo el autor del desprecio, ya sea en el mundo real o en el virtual.
Por ello, deberíamos plantearnos si no sería mejor desconectar un rato y tomar distancia con las personas que generan desprecio, odio, rencor, o presentan sus propuestas como la única solución válida, exponiendo sus argumentos de forma apocalíptica, en un nosotros contra ellos continuo.
Es más lo que nos une
Para construir una sociedad es preciso estar convencido de que, a los seres humanos, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Incluso aunque no se esté de acuerdo en cuestiones importantes, como el aborto o los impuestos; aunque seas o no creyente; aunque no estés de acuerdo con el matrimonio homosexual o si el cambio climático es tan real como lo pintan: incluso entonces puedes llevarte bien con los que piensan lo contrario.
Si uno no tiene esta convicción desconfiará fácilmente de los que no piensan como él y los meterá en el saco de los grupos rivales de los que defenderse. Y es mucho lo que nos perdemos, como demuestra un famoso estudio que asegura que después de 36 preguntas personales y 45 minutos de conversación con un desconocido, te sientes casi tan cerca de esta persona, como de la persona más cercana en tu vida.
En el ensayo, Arthur Brooks remite al psicólogo Jonathan Haidt, sostiene que existen cinco valores morales innatos presentes en todas las razas y culturas: la justicia, el cuidado de los demás, el respeto por la autoridad, la lealtad al propio grupo y la rectitud moral personal. Los dos primeros son altamente respetados, pero en los tres siguientes suele haber más discrepancias a la hora de establecer una prioridad entre ellos.
Al hablar de justicia, los liberales suelen subrayar el aspecto meritocrático, mientras que las personas de izquierdas se centran más en la idea de la justicia redistributiva. A la vez, es difícil encontrar personas que nieguen totalmente la meritocracia o consideren que nunca se deben redistribuir los bienes. Si se entiende esto, es fácil advertir que los que no están de acuerdo con la postura de uno no son -como solemos creer- personas inmorales, sencillamente expresan la misma moral de un modo distinto.
Conservadores y progresistas suelen discrepar mucho más en los otros tres aspectos. Por ejemplo, basta pensar de qué formas tan distintas se entienden el papel de las fuerzas de seguridad, el patriotismo o la vida sexual. Sin embargo, en cualquiera de estos casos también subyacen los mismos valores, aunque a veces se agranden las diferencias constantemente para sacar rédito político.
Hacia una cultura que fomente el diálogo
Según el autor de este ensayo, el círculo del desprecio se rompe con la lógica del amor. Aunque tengan desacuerdos en su visión política, religiosa, o en su equipo de fútbol favorito, las personas pueden, no solo respetarse, sino también quererse. Una cultura que alimenta la idea de que esto no es posible, es destructiva para las relaciones.
A título individual, no podemos cambiar la cultura del desprecio, pero sí esforzarnos para no colaborar en ella; sobre todo, respondiendo con sosiego cuando se sufre desprecio por parte de otros. Hacer esto requiere un carácter fuerte, no es el camino fácil, pero sí el único que merece la pena.
Un ejemplo paradigmático de esta actitud es el de Nelson Mandela. Tras 27 años encerrado en prisión por denunciar la injusticia racial, no buscó venganza, sino que con magnanimidad perdonó a sus verdugos y les trató con igualdad de condiciones cuando alcanzó el poder. Además, frente a los que piensan que solo desde el resentimiento y la confrontación se pueden obtener victorias políticas, Mandela es un ejemplo de que la bondad y el éxito pueden ir de la mano.
Otro ejemplo similar es el de Martin Luther King, que desde la explanada del Mall de Washington denunció el racismo y pidió a los negros que no fueran revanchistas con las injusticias sufridas.
Como no somos Mandela ni Martin, podemos empezar por cosas más sencillas para fomentar una auténtica cultura del diálogo. Se ganaría mucho si hiciéramos cosas como: reconocer los aspectos positivos de personas o argumentos con las que discrepamos; admitir que nuestras convicciones no siempre están del todo fundamentadas; expresarse sin convertir el desacuerdo en ingratitud; agradecer sinceramente algo a las personas con las que discrepas; criticar a las personas de tu grupo cuando usan argumentos demagógicos, manipuladores, cizañeros o denigratorios. Especialmente si se trata de líderes políticos tratando de polarizar a las personas para ganar votos.
Casi siempre estamos de acuerdo en los problemas que requieren solución, por ejemplo, la igualdad entre hombres y mujeres, la integración de los inmigrantes, o la ayuda a los necesitados, etc. Donde discrepamos más es a la hora de plantear soluciones. Por eso es importante que, a la hora de discrepar, reconozcamos la buena intención que guardan las personas que plantean otras soluciones, en vez de despreciarlos o acusarles de buscar males mayores para la sociedad. Ni los partidarios del aborto quieren el asesinato de vidas inocentes (precisamente la mayoría de ellos no son muy conscientes de que los fetos sean personas humanas), ni los liberales que promueven la bajada de impuestos lo proponen porque no les importan las personas necesitadas de ayuda.
Y así con todos los asuntos que uno quiera contraponer de un modo irreconciliable. Por ejemplo, el equilibrio entre la competitividad y la colaboración a la hora de entender la actividad empresarial, la sanitaria o la educativa. Si liberales y socialistas se demonizan continuamente nadie sacará nada positivo, los ciudadanos nos enfadaremos unos con otros y solo habrá pírricas victorias momentáneas para el que consiga llevarse el gato al agua en cada momento.
Si partimos de enfoques respetuosos con los rivales en vez de que sean denigrantes y polarizadores, facilitaremos que nuestros contrincantes perciban que no estamos contra ellos (contra sus principios morales), sino contra sus argumentos o propuestas concretas en un determinado ámbito. Hay que dejar de ver el mundo como un “nosotros” contra “ellos”, y aceptar que podemos colaborar y convivir aunque haya desacuerdos y problemas.
Quererse no significa estar de acuerdo
Robert P. George y Cornel West son dos prestigiosos profesores de filosofía política en la Universidad de Princeton. No están de acuerdo en casi ninguna postura que tenga que ver con su especialidad, ni a nivel político, religioso o en sus opiniones sobre la sexualidad. Sin embargo, son dos grandes amigos. ¿Cómo lo hacen? Pues compartiendo otros asuntos sobre los que sí están de acuerdo, por ejemplo, reflexionando sobre la importancia de tener amigos que piensan distinto y promoviendo ese tipo de relaciones especialmente en el ámbito universitario.
En la esfera pública estamos acostumbrándonos a hablar, sobre todo, de las cosas que nos separan y a poner el dedo en el ojo de la forma más desagradable posible. Y así acabamos enemistados con personas porque son de otro equipo de fútbol o nimiedades por el estilo.
La propuesta de Brooks nos anima a escarmentar en cabeza ajena y aprender se sus errores. Todos conocemos a parejas que se han amado sinceramente y han acabado tirándose los trastos a la cabeza, alegando razones que desde fuera eran poco relevantes. Y es que, si se pone el foco exclusivamente en las cosas negativas de cualquier persona o institución, el resultado acaba siendo desagradable para cualquiera.
Para evitar llegar a este punto, es necesario generar un espacio personal y público mucho más positivo y comprensivo. De lo contrario, la cultura del desprecio acabará descartando de nuestro entorno a muchas personas y grupos con los que podríamos tener mucho en común.
Si desea citar esta página
García, Javier (2023). Amad a vuestros enemigos. En Niaiá, nº2 , consultado el 05/07/2023 en https://niaia.es/amad-a-vuestros-enemigos-(en-revista-niaia,-nº2)/
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