Luis González Reyes
Miembro de Ecologistas en Acción
Aviso previo. En este artículo destripo la novela de Kim Stanley Robinson El Ministerio del Futuro. Así que, si la quieres leer sin que esto ocurra, cierra esta página.
La novela es un texto de ciencia ficción que relata cómo la humanidad consigue afrontar la emergencia climática en las próximas décadas gracias a múltiples acciones de distintas entidades, pero entre las que resulta determinante el Ministerio del Futuro, una agencia de Naciones Unidas creada a partir del Acuerdo de París cuya misión es velar por las generaciones futuras. Creo que el objetivo del autor ha sido doble, por un lado señalar un camino posible anclado en el contexto actual y por eso la novela está plagada de información real y personajes reales. Por el otro, algo fundamental: desarrollar un relato ecotópico que muestre que la única gestión y evolución posible de la emergencia climática no es la catástrofe ni el genocidio, sino un salto cualitativo en justicia, democracia y sostenibilidad.
Voy a analizar tres elementos de la novela: el ambiental, el económico, y el político-cultural. Empiezo con los dos primeros en los que creo que ese intento de realismo, de posibilismo de la novela, no se sostiene. Pero en realidad eso no es lo importante, ni de la novela, ni de este artículo. Creo que el interés de verdad está en la parte política y cultural, donde, como buen texto de ciencia ficción, creo que el autor permite pensar e imaginar.
Dimensión ambiental del cambio
El libro plantea un recorrido desde la década de 2020 hasta finales de la de 2040, en la cual la humanidad consigue que comience un descenso sostenido de la concentración de CO2 en la atmósfera, después de que subiese hasta cerca de las 500 ppm. De este modo, proyecta un funcionamiento lineal del clima, en el que el proceso de cambio es regular (a más concentración de CO2, más temperatura y viceversa) y reversible. En realidad, los sistemas complejos, como el climático, no funcionan así, sino que tienen umbrales a partir de los que se entra en situaciones de irreversibilidad en las que el propio sistema es el que toma las riendas del cambio. En el caso climático, en el que el conjunto del sistema Tierra sería quien alentaría el cambio climático y no ya los seres humanos. Ahora mismo estamos en el límite de que se traspasen esos umbrales, si no es que algunos se han traspasado ya. De este modo, la novela juega con unos márgenes que es muy improbable que tengamos.
En segundo lugar, a nivel ambiental se afronta la emergencia climática y, de forma más indirecta, la ecosistémica. Son las dos crisis más importantes para la vida y por ello tiene sentido focalizar los esfuerzos en ellas. Pero para encararlas olvida otras crisis ambientales que también vivimos. En concreto, la crisis energética (la de disponibilidad de combustibles fósiles) y la de acceso a minerales. En la novela, estos recursos están disponibles de manera ilimitada y por eso el autor despliega todo un desarrollo tecnológico (que no es más que energía, materia y conocimientos condensados) que sitúa como determinante en el proceso de cambio y que permite que elementos centrales de la sociedad actual se mantengan, como es el caso de que la mayoría de la población viva en ciudades, de sostener todas las TIC o de continuar con una alta movilidad (aunque apreciablemente menor que la actual). En el tema de las ciudades, Robinson plantea hasta un incremento de la urbanización, no una disminución, como herramienta en el proceso de cambio al liberarse terrenos para su resalvajización. Esto pasa por alto la dependencia de los combustibles fósiles de las ciudades, lo que las hace estructuralmente insostenibles. Por ello, el ejercicio de política-ficción de la novela resulta increíble en estos aspectos.
La cuestión no es solo que obvia los limites energéticos y materiales, que ya están sucediendo, sino que además proyecta que las propiedades de las renovables son iguales a las de los fósiles, cuando en realidad permiten órdenes sociales notablemente distintos.
En todo caso, es importante reseñar que, en el proceso de transición que la novela desarrolla. el papel de la tecnología es secundario. Se usa algo de geoingeniería (dispersión de partículas reflectantes en la atmósfera y fijación de glaciares bombeando el agua líquida de su base), pero siempre es algo de resultados ambiguos y, en el mejor de los casos, temporales. La clave del éxito climático no es esta, sino una combinación de reducción de emisiones, que describe sobre todo en el transporte, y un aumento de la fijación de CO2, que se consigue fundamentalmente por medios biológicos: agricultura regenerativa y resalvajización de amplias regiones del planeta siguiendo la propuesta de la media tierra no antropizada. Es decir, la geoingeniería exitosa es la de los ecosistemas, la única que conocemos (y probablemente conoceremos) que es capaz de estabilizar el clima permitiendo la expansión de la vida.
Al subrayar los límites energéticos y materiales y la falta de tiempo no quiero decir que no se pueda hacer nada. Todo lo contrario. Lo que quiero poner sobre la mesa es que habría que llevar a cabo (imaginar en términos literarios) otro tipo de medidas que se adapten más a la situación. De este modo, en el plano técnico es más realista proponer una transición hacia herramientas más sencillas, más reparables, construidas con materiales y energía renovable, más duraderas y de gestión comunitaria. Este otro sistema técnico tiene implicaciones fuertes, como un necesario proceso de desurbanización y agrarización social, o una economía, política y cultura mucho más locales que globales. En la dimensión temporal, sería necesario poner en el frontispicio no solo medidas de mitigación climática, sino de adaptación profunda, pues incluso en el mejor de los escenarios imaginables el calentamiento va a continuar.
Dimensión económica del cambio
Robinson dibuja una transición poscapitalista de corte socialista para abordar la emergencia climática. Una transición que no solo es hacia la sostenibilidad, sino también hacia la justicia y la democracia. Y no dibuja esta transición como resultado de un plan gigantesco operado desde instancias de poder (por más que les da mucha relevancia en el libro, especialmente a los Bancos Centrales y al propio Ministerio del Futuro, sino como una transformación molecular que se realiza desde distintos ámbitos de diferentes formas. Además, una transformación que es procesual en un doble sentido. Por un lado, temporal, pues no hay “tomas del Palacio de Invierno” que generen todas las transformaciones de golpe, sino cambios que se despliegan en décadas (y que queda claro que no han concluido cuando termina la extensión temporal del libro). Por otro, la transformación no es pura. No hay una economía 100% capitalista y luego una 100% socialista, sino que hay transformaciones que se mueven evolucionando en los grises intermedios acercándose paulatinamente hacia el socialismo que propone el autor. Por esa parte, todo bien. La novela permite imaginar la transformación económica de forma similar a cómo se realizó la imposición del capitalismo: de manera procesual, con la intervención de distintos actores, pero con un papel relevante de los órganos de poder. No es la única posible, pero sí una de las factibles.
El problema, desde mi punto de vista, surge en la definición que se pone sobre la mesa de socialismo, que creo que no es otra cosa que otro tipo de capitalismo. Las herramientas centrales que se presentan en la novela son: i) la Teoría Monetaria Moderna (TMM) expresada en el carboncoin, una moneda creada de manera masiva para financiar la descarbonización articulada mediante cadenas de bloques; ii) Mondragón, como paradigma del cooperativismo, que se extiende como el formato de empresa por todo el planeta; y iii) el trabajo garantizado por el Estado. Ninguna de las tres propuestas sale de las lógicas capitalistas, lo que requeriría una desmercantilización de nuestras vidas o, al menos, una regulación de los mercados para que sirvan a la reproducción de la vida y no del capital. Además, habría que entrar en la dudosa viabilidad de la TMM, que ni considera que la economía tiene una base material y, por lo tanto, la creación de dinero no puede desligarse de los recursos disponibles; ni parte de que la reproducción del capital se produce en el proceso de producción y por ello la creación de dinero desligada de este espacio no sería más que una burbuja.
Comparto con Robinson que afrontar la emergencia climática requiere transcender el capitalismo. Es un requisito imprescindible. Y esa transformación solo podrá ser en forma de transiciones “impuras”, con contradicciones. Estos elementos los refleja bien la novela, pero el tipo de experiencias que conforman sociedades realmente justas, democráticas y sostenibles no tienen mucha presencia en el libro. Serían aquellas que construyen autosuficiencia colectiva energética, habitacional, alimentaria, sanitaria, educativa, etc. o que al menos sacan de la lógica del mercado los satisfactores claves para cubrir nuestras necesidades. Creo que imaginar el poscapitalismo pasa por proyectar la extensión de economías realmente feministas, ecológicas y solidarias.
Dimensión sociológica del cambio
Como decía al principio, en realidad el elemento que me ha resultado más interesante de la novela es el del cambio político y cultural. Lo ambiental y económico lo podemos entender si queremos como licencias que toda novela de ciencia ficción se permite.
El cambio sociológico que describe el libro, en muchos sentidos, pero no en todos, me ha resultado creíble. No digo probable, sino factible. La probabilidad de los cambios sociológicos que dibuja me parece algo secundario, pues no es la probabilidad de éxito de nuestras acciones lo que nos pone en marcha.
Los cambios culturales y políticos que permiten afrontar la emergencia climática se producen por la conjunción varios factores. No hay una única actuación, sino múltiples que se realimentan. Una determinante es la acción directa. Por ejemplo, los vuelos en avión con motor de explosión caen en picado, en este caso literalmente, fruto del ataque con drones sistemático a aviones, provocando con ello que se estrellen. Algo parecido se describe con la pesca más agresiva o el comercio marítimo. En otro momento, se secuestra al conjunto de asistentes a la Cumbre de Davos y se les obliga a asistir a un ciclo de charlas sobre la situación socioambiental global. Estas acciones directas hoy en día se tildarían de terrorismo, por más que no es lo mismo, pues están dirigidas a personas e instituciones determinadas con responsabilidades sobre el cambio climático. En todo caso, el uso de la violencia es restringido y, en un momento dado, cesa. Por ello, la acción directa, como forma de coacción, no es el único eje alrededor del que giran las estrategias.
Este es un tema que hubiera requerido una reflexión mayor en la novela, pero que el autor no aborda (tal vez con acierto, pues no se puede tirar de todos los hilos). Partiendo de la base de que no existen dos extremos, violencia-noviolencia, sino en realidad un campo de grises intermedios, tal vez algo que se podría extraer de este ejercicio de política-ficción es que en un mundo muy condicionado por los privilegios de las élites, hacen falta dosis de coacción sobre esas personas e instituciones. Pero que, a la vez, la violencia debe ser, como hacen las y los zapatistas, siempre la menor posible y siempre una estrategia secundaria y supeditada.
Un segundo paquete de medidas es la combinación, que en el libro se planea como un plan consciente por parte del Ministerio del Tiempo, de incentivos y prohibiciones. Ninguno de los dos elementos por separado hubiera sido exitoso en sociedades complejas y diversas como las existentes. Los incentivos son sobre todo políticas gubernamentales, entre la que destaca la creación sin límite de carboncoins que he comentado antes para regar de dinero desde iniciativas individuales de regeneración de suelo, hasta a petroleras que dejan sus reservas sin extraer. Las prohibiciones son también dirigidas por los Estados.
Esto podría dar la impresión de que los Estados son los protagonistas del proceso del cambio, pero no es así. En ningún momento actúan de manera proactiva, por iniciativa propia, sino que son empujados y forzados por las circunstancias ambientales (que el libro muestra cómo tienen fuertes impactos económicos), por la fuerte presión social (entre la que las oleadas de migrantes climáticos tienen un papel relevante) y por los manejos del Ministerio del Futuro. El Estado no es motor de cambio sino que, en el mejor de los casos, es catalizador del cambio.
Se podría argumentar que el Ministerio del Futuro, que en la novela es un claro motor del cambio, sería un agente estatal que sí empujaría las transformaciones. Pero encaja mal como agente gubernamental. Es una institución con un presupuesto importante, aunque limitado, compuesta por un equipo reducido y, lo que es más importante, con autonomía total. En ningún momento ningún gobierno o institución internacional le pide explicaciones y le presiona en ningún sentido. El Ministerio del Futuro podría ser perfectamente una institución privada y no pública, también una organización social que haya sido capaz de aglutinar suficientes recursos y legitimidad fruto del trabajo colectivo. El Ministerio del Futuro es el gran recurso literario del libro que podemos imaginar que sea múltiples cosas, incluida su no existencia y que la multiplicidad de agentes de transformación no se coordine ni un poco de forma orgánica, como realiza parcialmente este organismo en la novela. Es más, a mí me resulta más realista suponer lo último, pues no hay ningún organismo capaz de gobernar un sistema tan complejo y diverso como las sociedades humanas y los cambios se producen a partir de la hibridación de una miríada de transformaciones que contienen entre sí contradicciones, por más que puedan terminar empujando hacia parámetros culturales compatibles.
En tercer lugar, en los procesos de cambio las distintas situaciones de shock social desempeñan un papel determinante. La novela comienza con la muerte de 20 millones de personas en India por una ola de calor, lo que impulsa la reacción de su sociedad, con grupos de acción directa como los Hijos de Kali, y de su Gobierno. Otro momento sería la gran inundación de Los Ángeles, que dispara el cambio en el Gobierno de EEUU y en la Reserva Federal.
Pero estas situaciones de shock no solo tienen una función de disparadores de cambio en la novela, sino que son en sí mismos motores de cambio. En concreto, estos desastres cortocircuitan la economía e impulsan, vía crisis, su decrecimiento, algo imprescindible para reducir las emisiones.
No estoy haciendo una apología el shock, no estoy deseando que se produzcan. En la novela aparecen como lo que son: sucesos fuertemente dramáticos. Lo que el libro sugiere es que, ante la inevitabilidad de que ocurran, hay capacidad social para aprovecharlos en un sentido contrario al que lo ha hecho la escuela neoliberal. De hecho, es algo que ya estamos experimentando, por ejemplo con la COVID-19, en la que aprendimos que se podía poner la salud por encima de la economía, que el grueso de lo que producimos es irrelevante para la vida o que lo que más nos hace felices es estar con nuestros seres queridos. La gestión de los shocks está sujeta a la disputa social.
El cuarto aspecto sociológico que considero importante resaltar de la novela es que los cambios hacia la sostenibilidad van siempre hibridados con cambios hacia la justicia. No se plantea de manera explícita, pero sí implícita, que esto es lo que favorece su mayoritario apoyo social. Un apoyo que es determinante para que se puedan poner en marcha y para que avancen hacia grados crecientes de radicalidad al pasar los años. Pero este maridaje también sería central para frenar los movimientos fascistas, que aunque salen y existen, tiene mucha menos fuerza que los que se enmarcan en el ecologismo social y no son capaces de influir de manera determinante en el cambio colectivo.
Que el fascismo tenga poca fuerza en el texto probablemente necesitaría de más explicación y desarrollo que esas medidas redistributivas importantes, pues este tipo de identidades no se conforman solo desde una mirada económica, sino también ideológica y emocional. Aquí se abre también otro campo a la imaginación sobre, por ejemplo, cómo se pueden conformar frentes amplios antifascistas incluyendo en ellos a población muy diversa. También cómo rebajar la escalada de tensión social que pueda devenir en un enfrentamiento violento, en el que el fascismo tiene todas las de ganar. Gana porque tiene normalmente más fuerza bruta, pero gana incluso cuando pierde en esta confrontación violenta, pues expande por la sociedad las relaciones jerárquicas articuladas alrededor de la violencia que le son propias. Y para eso, el modelo de las luchas feministas, que no se han basado en la fuerza bruta, sino en otras maneras, más cercanas a la no-violencia, de articular el conflicto de género que pueden ser muy ricas.
En todo caso, la victoria contra el fascismo, hacer que sea algo minoritario socialmente, creo que es un escenario claramente factible. Lo que me parece más complicado pensar es que la reacción de las élites sea “tibia”. Es cierto que ponen una bomba en el Ministerio del Futuro y asesinan a una de sus integrantes, pero en realidad le dejan actuar durante tres décadas impulsando cambios muy fuertes.
Pero no solo es eso, sino que las luchas entre bloques, por ejemplo, por los recursos, no se dan. No se dan porque no se considera sus picos de extracción y, por lo tanto, la necesidad de su control, y no se da porque el libro plantea no solo un equilibrio nuclear a partir de la destrucción mutua asegurada, sino también algo equivalente en el armamento convencional con los misiles de lapidación, que aseguran la destrucción de lo que sea sin posibilidad de defensa. Ambos recursos literarios no existen en la realidad.
Por lo tanto, imaginar la transición es imaginar la extensión de un pacifismo tan fuerte que ponga coto a los Estados. Movimientos como los de Madres de la Plaza de Mayo, que sean capaces de aunar la suficiente legitimidad social para condicionar incluso a dictaduras. Como muestra el libro, esto es central, pues en un contexto de guerra no es posible focalizar las energías colectivas sobre lo importante: la preservación de la trama de la vida.
Finalmente, rescato el papel que tiene la religión en el cambio. La transformación social necesita una dimensión cultural y en esta la creación de una nueva religión gaiana, de amor e integración en la trama de la vida terrícola, tiene un papel que no es menor. Probablemente, no sean posibles futuros ecosociales si no se aborda desde perspectivas emancipadoras una dimensión fundamental para muchas personas: la espiritual.
La religión y la espiritualidad permiten elementos centrales en los procesos de transformación social: encontrar calma y trascendencia, entender el mundo, crear y consolidar nuevos imaginarios sociales, catalizar las transformaciones (“conversiones”) personales imprescindibles o conservar parte del conocimiento. Las religiones tienen cuatro fortalezas para la transformación social que otros actores es difícil que lleguen a combinar: capacidad de conformar cosmovisiones, autoridad moral, fuente de motivación espiritual y emocional, y generación de fuertes vínculos relacionales.
Algunos de los factores que podrán componer el nuevo paradigma gaiano, que parten de cosmovisiones indígenas, budistas y cristianas, serían: i) La totalidad del sistema-Tierra es orgánica y dinámica. Por lo tanto, sus partes son interdependientes y el ser humano existe por medio de las relaciones y fuera de las relaciones no existe nada, lo que lleva a una concepción multisubjetiva (también con otros seres vivos) y a la desobjetivación de la vida. También al concepto de límite. ii) Las dimensiones de la realidad son complementarias y recíprocas (caos y orden, inteligencia y demencia). iii) El tiempo y los procesos son irreversibles (todo está inacabado y nada se explica sin su historia), pero a la vez es cíclico (infinitud de la vida. iv) El futuro es común y es en este común en el que se sitúan los destinos personales. v) Todo cuanto existe y vive merece existir, vivir y convivir.
En la medida que estos principios ya se encuentran en distintas espiritualidades, la revolución tal vez no sea tanto crear algo nuevo, como reequilibrar lo que se ha desequilibrado, un realineamiento con el orden superior que es el mundo, la naturaleza o el cosmos.
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González Reyes, Luis (2023). Imaginar la gestión de la emergencia climática con “El Ministerio del Futuro” En Niaia, 18/02/2023 https://niaia.es/imaginar-la-gestion-de-la-emergencia-climatica-con-el-ministerio-del-futuro/
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