Los juicios morales, en el sentido básico de realizar una evaluación del comportamiento o de una situación con un claro sentido moral, aparecen ya a los dos años de edad: con esa edad, los niños muestran una clara disposición evaluativa moral y pronto dominan el arte de denunciar a los compañeros cuando actúan mal. Con unos 4-5 años distinguen claramente entre normas morales y normas convencionales: aquellas son más universales, más condenatorias pues se refieren a asuntos más graves y menos dependientes del contexto y transgredirlas implica un castigo. Turiel, un psicólogo evolutivo, descubrió esta capacidad de los niños, que está presente en todas las culturas, aunque pueden darse excepciones como muestran algunos estudios de antropólogos y sociólogos.
La estimativa moral arraiga profundamente: los seres humanos hablamos mucho y gran parte de nuestra conversación (el cotilleo) está relacionada con evaluar moralmente el comportamiento ajeno y también el propio. Somos expertos en enunciar los valores positivos que nosotros admitimos y practicamos y en denunciar los comportamientos inmorales de los demás. Esto es, tenemos una cierta tendencia a criticar al prójimo, pero probablemente seamos más indulgentes cuando evaluamos nuestro propio comportamiento.
Emitir un juicio moral sobre un comportamiento (por ejemplo, un caso de acoso escolar) o una situación (por ejemplo, el fracaso escolar) implica decidir si consideramos que está bien o mal. No se trata de emitir una simple opinión, sino de ofrecer razones o argumentos que fundamenten el juicio. Es más, ni siquiera se trata de explicar por qué ha ocurrido algo, sino de justificarlo, pues solo si encontramos razones que prueben que lo ocurrido o la situación son justas, podremos emitir una evaluación moral positiva: el acto o la situación son moralmente buenas. Considerar que una conducta es injustificable equivale a considerarla una conducta inmoral.
Son muchos los aspectos que deben ser tenidos en cuenta para poder emitir un juicio moral. El primero parece obvio: solo podemos juzgar moralmente si sabemos que el acto ha sido intencionado. Si ocurre una pandemia, no podemos buscar responsabilidades morales; pero si pueden aparecer responsabilidades morales en el origen de la pandemia y desde luego existen esas responsabilidades cuando se toman las decisiones para hacer frente a la pandemia.
Además es importante tener en cuenta las consecuencias y los valores. Resulta, en principio, sencillo evaluar moralmente las consecuencias. Fundamentalmente está moralmente mal infligir un daño físico o moral a otra persona, y eso es algo que ya tienen muy claro los niños desde muy temprana edad: pegar a otro niño está mal. Y pasa lo mismo con engañar, robar… En esos casos alguien sufre un daño sin nada que lo justifique. Quien sufre el daño es la víctima y quien lo inflige es responsable si no ha sido intencionado y culpable si ha sido intencionado.
Del mismo modo, están claros algunos valores, como el que queda recogido en el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: todos los seres humanos somos iguales; por eso mismo no está justificado discriminar a alguien. Lo mismo podemos decir del valor de la vida humana, de la libertad… No obstante, todo parece algo más complicado cuando hablamos de otros valores y de cuestiones valiosas. Es frecuente que si le preguntamos a alguien, en concreto a niños y adolescentes, pero también a adultos, cuáles son los valores que están en juego en una determinada situación, no lo tengan claro, ni siquiera tengan claro qué es un valor.
En una primera aproximación, podemos considerar valores todo aquello que merece la pena conseguir y tener, en especial aquellos cosas que satisfacen nuestras necesidades, tanto las más básicas (la alimentación o la vivienda), como las menos básicas pero sumamente valiosas: el reconocimiento social, la amistad, la realización personal… Las acciones que satisfacen esas necesidades son buenas y las que promueven y facilitan el logro de nuestros planes de vida, también lo son. Al menos en principio, puesto que no todos los satisfactores de nuestras necesidades son moralmente aceptables.
Hasta aquí puede parecer sencillo el asunto, pero no lo es en absoluto. Si nos centramos en el acto de juzgar, es necesario haber desarrollado un conjunto de competencias cognitivas y afectivas, las primeras para poder tener en cuenta todo lo que es relevante en una situación y las segundas para evitar los sesgos y falacias que distorsionan nuestra capacidad de juzgar. Los autores clásicos pusieron mucha atención en mejorar la argumentación moral, la razón práctica, e insistieron también en el discernimiento moral, como capacidad para saber en cada situación cuál era la decisión moralmente buena.
Si nos centramos en los valores, el problema suele venir de que normalmente hay valores diversos en juego y no es posible satisfacerlos todos; incluso, en dilemas potentes, defender un valor muy importante implica atentar contra otro casi igual de importante. Es más, y como bien han señalado algunos autores, nos encontramos en una época en la que hay una cierta ceguera moral caracterizada precisamente por no percibir los valores morales. Tal es el caso de la ceguera moral, de la que habla Bauman, ecuerda que el discernimiento moral necesario para evaluar las situaciones concretas debe esforzarse por percibir los valores que están presentes en cada caso concreto y no quedarse en loan, provocada por una sociedad en exceso individualista y consumista. Martha Nussbaum nos recuerda que es fundamental relacionar los valores con la satisfacción de las necesidades y el desarrollo personal de las capacidades.
Debemos igualmente tener presente algo que ya planteaba Platón: ¿queremos algo porque es valioso y bueno, o es bueno y valioso porque lo queremos? ¿Son los valores algo objetivo o son creaciones de los seres humanos? O quizá sean ambas cosas a la vez. Lo que parece estar claro es que la vida moral, la capacidad de distinguir valores y hacer juicios morales es algo específico de los seres humanos, aunque encontremos algunos comportamientos cercanos en algunas especies animales.