La primera sesión del Seminario Permanente de este año, el papel de la razón en la argumentación moral, dio comienzo con una reflexión sobre lo que entendemos por moral, una palabra usada con mucha frecuencia, pero que no siempre entendemos de la misma manera.
Para poder clarificar el significado del término, utilizamos un ejercicio sobre el sentido moral que nos dio bastante juego. Se trataba de analizar en unas cuantas frases de la vida cotidiana para decidir en qué sentido en cada una de ellas se utilizaba la palabra moral. Estas eran las frases
- El comportamiento de los ultrasur es completamente inmoral.
- Los jugadores del equipo iban perdiendo tres a cero en el primer tiempo y perdieron completamente la moral antes de empezar el segundo tiempo.
- Es una auténtica inmoralidad los precios que tienen ahora los pisos.
- Aunque hacía mal tiempo, los excursionistas mantenían la moral bien alta y esperaban disfrutar del día.
- Los salarios que cobran algunos altos ejecutivos serán legales pero atentan contra la moral.
- Para decidir con qué edad se puede ver una película se utilizan criterios morales.
- Aquellas personas no respetaron las normas más elementales de la moral cívica.
- La secretaria presentó una denuncia porque se sentía víctima de acoso moral por parte de su jefe.
No era sencillo dar una respuesta precisa, aunque se podía aceptar que, en general, empleamos el adjetivo “moral” para referir a algo que es bueno, de tal modo que decir que un comportamiento, como el de los ultrasur de la primera frase, no es moral es señalar que el comportamiento no es bueno, o no está bien. Mientras que serían morales los comportamientos o situaciones en las que la gente actúa bien. Junto a ese sentido de la palabra, está otro que, en principio, no guarda mucha relación con el anterior: tener moral o mantener la moral se refiere a un rasgo de las personas que en situaciones específicas no pierde el ánimo y siguen intentando alcanzar las metas que se han propuesto.
Ahora bien, esto plantea algunos problemas añadidos. Por un lado, en general es la sociedad la que decide qué comportamientos son moralmente buenos o malos, pero no siempre hay acuerdo al respecto. Al mismo tiempo es nuestra propia conciencia la que determina en última instancia si algo está bien o está mal. Sea la sociedad o la persona individual, no queda claro que siempre acierten: el que toda la sociedad aprueba algo como bueno puede no ser suficiente, y nosotros mismos no siempre acertamos. En el ejercicio citado antes se incluyen unas preguntas que pueden mostrar la dificultad que tenemos para definir lo que es bueno y lo que es malo.
En algunas ocasiones, el problema fundamental es que las personas ni siquiera son conscientes de que el problema al que tienen que hacer frente tiene una dimensión moral, dimensión que puede, incluso ser más importante que cualquier otra. A veces esta ceguera moral es el resultado de que no se tienen en cuenta los intereses y problemas de otras personas implicadas, que pasan desapercibidas o son invisibles para quienes toman las decisiones, o no se repara en que no todos los medios son moralmente aceptables para alcanzar un fin, y el que este sea bueno no convierte a los medios empleados en buenos. Es importante, por tanto, mejorar nuestra percepción de esa dimensión moral. Zygmunt Baumann se refiere a esta ceguera denunciando la insensibilidad moral y el deterioro moral progresivo que se produce en una sociedad líquida.
Por otra parte, si bien se puede hablar de que existe un cierto acuerdo en torno a los valores fundamentales que guían y orienta la acción moral humana, también es cierto que eso no resulta suficiente cuando afrontamos un problema concreto. No siempre está claro lo que debemos hacer; incluso estando claro, no siempre es sencillo tener el coraje suficiente par hacerlo. Varias son las dificultades que encontramos y por eso resulta imprescindible un adecuado uso de la razón para sopesar lo que es adecuado hacer:
- En casi todas las ocasiones pueden existir valores en conflicto (dilemas morales), de tal modo que respetar uno de ellos puede dañar el otro, lo que exige aclarar la preferencia que puede tener un valor sobre otros. Hay un acuerdo universal acerca de que matar es malo moralmente, pero goza de amplia aceptación la posibilidad de matar en legítima defensa.
- Pueden estar muy claro cuáles son los objetivos moralmente buenos que se pretenden conseguir, pero con frecuencia las situaciones son complejas y hay que tener en cuenta muchas cosas, siendo capaces además de prever posibles consecuencias negativas de algunas soluciones.
- Por último, como ya hemos comentado, la toma de decisiones no se guía siempre por procesos racionales. La idea del elector racional ha sido cuestionada por muchas investigaciones. Estamos condicionados por estereotipos y prejuicios, por sesgos, intereses no explícitos o mecanismos de defensa…, y todo ello provoca errores en la toma decisiones con consecuencias a veces muy negativas. Todo ello incluye además sentimientos difíciles de controlar que hacen que nuestra argumentación sea con frecuencia deficiente.
La importancia de mejorar la capacidad de argumentación es, por tanto, es innegable.
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García Moriyón, F.: El sentido moral. En Niaia, consultado el 26/10/2017 en http://wp.me/p86q9f-kf