
la desigualdad social es más violenta. Clara Flickr
Roberto Colom
Catedrático de Psicología Diferencial. UAM
David Lubinski ha publicado un sensacional artículo sobre la inteligencia, la selección, la educación y la contratación. David coordina, junto a Camila Benbow, un proyecto que ha producido una inapreciable evidencia sobre la excelencia humana: Study of Mathematically Precocious Youth (SMPY).
En un reciente intercambio epistolar me comentaba que están actualmente diseñando el seguimiento de 65 años de los 2.500 jóvenes precoces identificados en los años 70 por Julian Stanley. Comenzará en enero de 2027 y se evaluarán también a parejas, hijos y nietos. Promete ser iluminador.
En este blog vengo comentando algunas de las exquisitas contribuciones del SMPY (aunque también hay algo más). Ahí van algunos ejemplos:
¿Quién sube en la jerarquía social?
Brillantez y logros: Profoundly Gifted, Profoundly Accomplished
Un siglo de estudios sobre la precocidad intelectual
Precocidad intelectual. ¿Qué hemos aprendido desde Lewis Terman?
Cuando fui asesor científico en el Parlamento Europeo, la diputada con la que colaboraba me pidió un breve escrito sobre la excelencia en su relación con la variable sexo. Glosé algunos de los hallazgos al respecto del SMPY.

Comienza así el artículo que comentaremos: “la evaluación educativa, la selección y cómo distribuir del mejor modo las oportunidades para aprender y trabajar de cara a maximizar el desempeño y minimizar la arbitrariedad, es un factor crítico para que la compleja sociedad en la que vivimos funcione de un modo eficiente.” Lamentablemente, esa coyuntura genera agrios debates ideológicos que se alejan de la mejor evidencia científica disponible. Pero el hecho innegable es que resolver con mayor probabilidad de éxito los retos a los que nos enfrentamos como sociedad, requiere que sus miembros más competentes estén presentes en el momento y en el lugar adecuados.
David recomienda el texto de Howard Wainer y Daniel Robinson (Testing and the Paradoxes of Fairness) que se publicará en breve. Sus autores se centran en la necesidad de registrar datos objetivos y hacerlos públicos. Esos datos deben mirarse de frente, no solamente por su impacto en quienes se van a educar y en aquellos que ocuparán determinados puestos laborales. También por la repercusión que tendrían sobre la sociedad en general las (malas) prácticas destinadas a ignorar la evidencia: “hay enormes diferencias individuales en el potencial humano y gestionarlas eficientemente es crucial para el bienestar de los estudiantes, los trabajadores y la sociedad en su conjunto. Ignorar estas diferencias conllevará un riesgo social real.”
Lubinski repasa la evidencia acumulada durante un siglo sobre el impacto social de las diferencias de inteligencia que se valoran a través de los test estandarizados. En el caso de la educación, por ejemplo, se ha demostrado de un modo irrefutable la presencia de “vastas diferencias en el tiempo requerido por distintos estudiantes para aprender –incluso en hermanos biológicos criados por la misma familia—por lo que la enseñanza debería adaptarse a esos distintos ritmos de aprendizaje.” El hecho se aprecia desde el comienzo de la escolaridad y se extiende a la educación superior.
Se queja amargamente nuestro autor de que, durante décadas, su país ha sido envidiado por los demás por su capacidad para atraer el talento, estuviese donde estuviese. Pero las cosas han cambiado, llegando a poner en entredicho incluso el concepto de mérito y rechazando que haya métodos objetivos para identificarlo. Por supuesto, ese movimiento ignora la evidencia que hasta el premio Nobel Daniel Kahneman reconoció en Noise (2021):
“La inteligencia general (g), tal y como se valora mediante test estandarizados en los que se incluyen ejercicios verbales, numéricos y espaciales, sigue siendo, con diferencia, el mejor predictor de importantes y consecuentes resultados sociales. El poder predictivo de la inteligencia general es mucho mayor que el identificado para cualquier otro factor psicológico.”
David recurre a quienes se propusieron, en el pasado, preparar libros de texto sobre psicología diferencial, como Leona Tyler o Anne Anastasi. Recuerda que las evidencias siempre han estado ahí y que la más actual no ha hecho más que reforzar lo que ya se sabía. Las personas no son entes intercambiables dentro de la maquinaría social, algo que ya expuso con detalle en el siglo XVI Huarte de San Juan en su célebre Examen de Ingenios.
Una de las cuestiones que discute es la supuesta diferencia entre adquirir conocimiento y razonar sobre un contenido novedoso. Aunque son actividades superficialmente diferentes, en realidad van de la mano: “la inteligencia es la capacidad de desarrollar capacidades.” Alcanzar logros extraordinarios exige disponer de cantidades ingentes de conocimientos y de la capacidad para procesarlos y para enfrentarse a la novedad. Por eso resulta crucial ubicar a las personas adecuadas en el lugar idóneo: “al igual que los estudiantes más capaces son mejores reorganizando los contenidos que sus colegas han gestionado para llegar a soluciones eficientes, los profesionales más capacitados son más eficientes al responder a la exigencia de reorganizar un contenido familiar de modos novedosos bajo circunstancias desconocidas para las que no hay precedente.”
Quienes dictan las políticas sociales deben tomar conciencia de que hay una bomba debajo de su mesa y cuya cuenta atrás cada vez es más ruidosa. Tienen la obligación social de elegir adecuadamente quiénes tendrán las oportunidades educativas y laborales que terminarán cristalizando en aquellos capaces de gestionar las sociedades complejas en las que vivimos.
Aunque se escucha frecuentemente el mantra de que la práctica debe estar basada en la evidencia científica, los hechos demuestran que son palabras vacías. Las evidencias que se consideran válidas son aquellas que encajan con una determinada perspectiva ideológica. Pero la realidad es que “en ciencia no existen los hechos alternativos sino solamente los hechos. Y aunque los hechos incómodos se escondan debajo de la alfombra, seguirán ahí e ignorarlos nos hará tropezar y las consecuencia serán graves.”
Al reflexionar sobre este magnífico artículo, recordé una modesta contribución que preparé hace meses sobre el potencial papel de la inteligencia en los procesos selectivos de las administraciones públicas. Existen sustantivos puntos de encuentro con la tesis de David porque la evidencia es la evidencia y ambos practicamos la psicología diferencial.
Para citar esta entrada
Colom, Roberto El elefante (de la inteligencia) en la habitación. Consultar en Niaia 21/07/2025. Ha sido publicada previamente en Blog de Roberto Colom
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