Irene Lafuente Aliaga.
Profesora de Filosofía. Miembro del equipo Niaiá.
La racionalidad es una de las características que nos define como seres humanos pero, ¿significa esto que siempre actuamos de manera racional? No, ni mucho menos. Los seres humanos cometemos más errores de razonamiento de lo que pensamos.
Ya en el siglo XVII Francis Bacon advertía en su Teoría de los Ídolos (Novum Organum, 1985) de las perniciosas tendencias de nuestro intelecto, poniendo de manifiesto algunos prejuicios y tópicos que entorpecen nuestros razonamientos.Podría decirse que, en cierto modo, su propuesta es un precedente de la noción actual de sesgos cognitivos, que es el nombre que damos a esos errores sistemáticos que nublan nuestra capacidad racional y que nos conducen a conclusiones erróneas.
Los heurísticos surgieron en un contexto evolutivo para agilizar elecciones y juicios, y sirven para simplificar problemas y actuar con rapidez incluso cuando nos faltan datos. Imaginemos que estamos en el monte, está anocheciendo, hay poca luz y no se ve bien. Pasamos junto a unos matorrales y escuchamos el crujido de las ramas y las hojas. Inmediatamente pensamos que se trata de algún animal y nos alejamos. Podría ser simplemente el viento, pero no hay tiempo para detenernos a dudar e indagar en ello así que tomamos un atajo mental, un heurístico que, en este caso, garantiza nuestra supervivencia.
Hay muchos tipos de sesgos, pero en el origen de todos ellos encontramos las emociones, las intuiciones y los heurísticos. Estos últimos (del griego heurískein “hallar”, “inventar”) son atajos mentales que se siguen de manera inconsciente cuando nos falta información o cuando nos enfrentamos a situaciones complejas.
En definitiva, los heurísticos son de gran utilidad ya que nos han permitido adaptarnos al medio y sobrevivir durante millones de años. Sin embargo, es habitual que fuera del contexto en el que evolucionaron originen sesgos cognitivos, y estos a su vez nos lleven a interpretaciones y juicios inexactos e incluso ilógicos y, por ello, a conclusiones y decisiones poco acertadas. De esta manera, en palabras de Helena Matute (2019), los atajos del pensamiento “se pueden convertir en trampas mentales que nos afectan, a veces de manera muy dañina, y tanto a nivel individual como colectivo.”
Este campo ha sido explorado, fundamentalmente, por psicólogos y expertos en mercadotéecnia y propaganda, razón por la cual es un tema muy tratada en la ética aplicada a los negocios. Entre los autores que han trabajado esta cuestión se encuentra Herbert Simon, quien a finales de los años 50 afirmaba en su libro Models of Man que los seres humanos somos sólo parcialmente racionales, y que nuestros juicios están limitados por varios factores: la información a nuestro alcance, el tiempo del que disponemos para tomar las decisiones y nuestras propias limitaciones cognitivas. Más adelante, a principios de los años setenta, esta idea fue ampliada por los autores Daniel Kahneman y Amos Tversky, quienes se dedicaron a estudiar la influencia de nuestras creencias en la toma de decisiones, y concluyeron que éstas se ven determinadas por motivaciones y heurísticos que nada tienen que ver con la lógica. De este modo, dichos autores arrojaron luz sobre los procesos que seguimos a la hora de hacer estimaciones y elecciones.
Como decíamos en la entrada sobre Problemas y Dilemas morales, las preguntas “¿Qué debo hacer?” y “”¿Cómo lo hago?” son recurrentes a lo largo de la vida, pero no siempre las abordamos con la pausa y serenidad que requieren. La realidad siempre es compleja y exige que nos detengamos y pensemos las cosas dos veces, y a veces incluso tres.
Phillip T. Erickson (2019) afirma que muchos de los problemas y conflictos a nuestro alrededor están directamente relacionados con los prejuicios y los sesgos cognitivos de los que no somos conscientes. Esto es especialmente delicado en decisiones morales y en ámbitos como la economía, el sistema de justicia, los diagnósticos médicos, las argumentaciones políticas, etc., ya que puede llevarnos a elecciones poco éticas con un impacto claro y directo en la vida y el bienestar de las personas.
Además, vivimos en un momento histórico que algunos califican como la era de la sobreinformación, tenemos acceso constante a noticias y datos que nos llegan por diferentes canales comunicativos y que consumimos a través de distintos dispositivos tecnológicos, pero no por ello estamos más ni mejor informados. Hay quien habla de sobrecarga informativa y de los desafíos que esta genera, por ejemplo, cómo saber si podemos confiar en los datos que recibimos y qué elecciones y decisiones tomar basándonos en ellos.
En estas circunstancias es especialmente necesario hacer un esfuerzo por clarificar y controlar nuestros procesos mentales. Con frecuencia nos sentimos a salvo de sesgos cogntivos y pensamos que siempre actuamos racionalmente, pero no es así. Pensamos esto, precisamente, porque caemos en el sesgo del punto ciego.
A causa de este sesgo tenemos la tendencia a pensar que somos objetivos, críticos y neutrales, y que actuamos de manera más racional que los demás. Pero muy a menudo, aunque creemos estar razonando, no estamos más que racionalizando decisiones tomadas de forma automática e instintiva. El sesgo del punto ciego hace referencia a nuestra incapacidad para identificar nuestros propios prejuicios y errores de razonamiento.
Este mismo sesgo nos lleva a considerarnos moralmente rectos y más justos que la media, pensamos que nuestras vivencias nos han dotado de experiencias amplias y ricas que nos ayudan a ser más imparciales que la mayoría. Para reducirlo es imprescindible comprender y aceptar que somos seres subjetivos. Debemos dejar de identificarnos con nuestros pensamientos y adoptar una actitud de curiosidad y búsqueda constante, asumiendo que también nosotros tenemos la predisposición a incurrir en sesgos.
La lista de sesgos es larga, pero a continuación presentamos algunos de los más habituales en la toma de decisiones morales para que el lector tome conciencia de su propia irracionalidad, “que tengamos claro que nos equivocamos todos y mucho” (Matute, 2019). Como el lector observará, los sesgos cognitivos están directamente relacionados con las falacias lógicas, ya que están en el origen de muchas de ellas.
- Sesgo de confirmación
¿Te has preguntado alguna vez por qué hay personas que sólo consumen prensa de ideología afín a la suya? La razón se encuentra en la tendencia que tenemos a dar más credibilidad a aquello que confirma nuestras creencias previas que a aquello que las contradice. Se trata del sesgo de confirmación.
Es un sesgo muy común y extendido y a su vez muy peligroso, ya que no percibimos la realidad de manera neutral y objetiva, sino que prestamos atención exclusivamente a la información que confirma lo que ya creíamos o pensábamos, y rechazamos e ignoramos todo aquello que lo pone en duda. Este sesgo aparece habitualmente con cuestiones que provocan reacciones emocionales intensas como la política.
En la época de la desinformación esto es especialmente delicado, ya que este sesgo nos puede llevar a creer en bulos y rumores, así que para evitarlo es aconsejable poner en duda y analizar críticamente aquellas informaciones que confirmen convicciones que ya teníamos o que despierten en nosotros reacciones fuertes.
Conviene, además, consumir informaciones y noticias de diversas fuentes e interactuar con personas de entornos y contextos diferentes para evitar las llamadas “burbujas” o “cámaras de eco” ideológico.
- Sesgo del endogrupo
En el deporte o la política es muy habitual creer que los miembros de los equipos rivales o de los partidos políticos contrarios son el enemigo y que sus planteamientos son equivocados. Esto se debe al sesgo del endogrupo, la tendencia a valorar de manera positiva a cualquier persona o producto que proceda del propio entorno y a despreciar lo ajeno, aquello que procede del exogrupo.
El gran riesgo de este sesgo se encuentra en que podemos favorecer injustamente a miembros del endogrupo y nos impide identificar los fallos internos, ya que nos lleva a quitar importancia a las malas acciones o errores cometidos por sus miembros. Estos se relativizan en el convencimiento de que se trata de excepciones, mientras que los del exogrupo se exageran y demonizan, lo cual dificulta el diálogo social y nos lleva a una sociedad más polarizada.
Una manera de prevenirlo puede ser interiorizar el principio de caridad argumentativa, que consiste en acercarse a los discursos distintos al propio en actitud receptiva y empática, haciendo un esfuerzo por comprender el punto de vista y las razones detrás de ellos.
- Sesgo del anclaje
Muchas veces hemos escuchado eso de que “la primera impresión es la que cuenta” o que “es muy difícil cambiar una primera impresión” pero, ¿a qué se debe esto? Detrás de estas afirmaciones se encuentra el sesgo de anclaje.
Se trata de la tendencia a decidir tomando como referencia la primera información que recibimos, dicha información se convierte en el ancla en el que nos apoyamos para hacer estimaciones y emitir juicios.
Un ejemplo claro lo encontramos en las técnicas de venta y mercadotecnia (marketing). En las negociaciones es muy común establecer primero un precio alto y a continuación realizar una rebaja importante, de modo que el comprador tomará como referencia la primera cifra y los precios posteriores le parecerán bajos incluso si no lo son.
Para evitar caer en este sesgo lo mejor es interiorizar rutinas de reflexión que exijan detenerse y analizar las cosas antes de tomar una decisión.
- Sesgo de arrastre
En ocasiones, ante problemas morales y situaciones complejas, nos fijamos en los demás y respondemos a la situación como lo hace la mayoría, sin pensar realmente si nuestra elección es correcta o no. Actuamos así debido al sesgo de arrastre, también conocido como “efecto moda” o “efecto borrego”. Ahorramos esfuerzos adoptando los puntos de vista de la mayoría, dándola por válido todo lo que viene de ella, como si no pudiera equivocarse, y ello nos hace muy vulnerables a la manipulación y el desacierto. Por ello es importante interiorizar, como decíamos anteriormente, rutinas de reflexión, confiar en el propio criterio y no perder de vista que la mayoría puede también incurrir en el error.
- Sesgos de atribución
Hay estudiantes que alardean de sus resultados académicos cuando son buenos, y en cambio, culpan por defecto al docente cuando suspenden, es decir, se atribuyen a sí mismos el mérito completo de sus propios éxitos sin considerar los factores externos que lo han favorecido y, sin embargo, desvían la responsabilidad de sus fracasos sin reflexión ni autocrítica. Esto se debe al sesgo por interés personal, que nos lleva a responsabilizar de nuestros fracasos o errores a agentes externos, lo cual ayuda a preservar nuestro autoconcepto pero dificulta nuestro desarrollo y mejora.
En casos de personas con baja autoestima o depresión es habitual el sesgo contrario, la tendencia a explicar los propios éxitos con factores externos y a culparse de todos los fracasos, atribuyendo de esta manera todo lo positivo que les sucede a los demás y no reconociendo su propio mérito.
Para prevenirlo es interesante desarrollar habilidades de contemplación de uno mismo, asumir la propia imperfección, aceptar que el error es consustancial a la vida y que hay valor en él y aprender a dar a los demás el crédito que merecen, ajustando así nuestra percepción de las cosas.
Como se puede ver, existe un gran número de sesgos cognitivos que obstaculizan nuestros razonamientos, y entrenar el pensamiento crítico y cuidadoso es la única solución. El objetivo no es convertirnos en robots sin emociones ni carga cultural alguna, sino detectar dichos sesgos para poder utilizarlos bien de modo que seamos nosotros quienes los controlemos y no al revés.
En conclusión, he aquí el consejo de Francis Bacon (Novum Organum, 1620): “Quien contemple la naturaleza debería sospechar de cualquier cosa con la que su mente guste de acomodarse con placer, y ser cuidados y sopesar las cuestiones en las que el entendimiento debe permanecer claro y ecuánime al afrontarlas.”
REFERENCIAS
Bacon, F. (1620). Novum Organum. Barcelona: Orbis, 1985.
Erickson, T. (2019). Cognitive biases: The Blind Spots of Critical Thinking. Master Art of Thinking Clearly, Learn Concealed Biases of People, and Block Predictably Irrational Mental Models. Edicion independiente.
Kahneman, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Debate.
Matute, H. (2018). Nuestra mente nos engaña: sesgos y errores cognitivos que todos cometemos. Neurociencia & Psicología, El País.
Orive, A. (2006). De la racionalidad neoclásica a la racionalidad situada. Estudios políticos (9), 75-116.
Palacios, A.: Las virtudes argumentativas. En Niaia, consultado el 31/01/2018 en http: https://niaia.es/razonando-bien-y-mal-incluso-en-cuestiones-morales/