Basándonos en las declaraciones del profesor de la Singularity University, José Cordeiro, se plantea como algo relativamente próximo en el tiempo la superación de determinadas barreras tecnológicas que una vez superadas las dificultades meramente técnicas suponen, en muchos sentidos, una diversa multiplicidad de problemas éticos que, de llegar a ocurrir, supondrían cambios en conceptos tan gruesos como “humanidad” o “vida”. Entre estas futuras barreras rotas por la tecnología nos encontraríamos la vida (virtualmente) eterna o la creación de grandes super-mentes, o mentes colmena humanas. Las cuestiones a este respecto, por tanto son ¿es realmente factible un futuro donde la mente humana pueda no solo sobrevivir al cuerpo, sino superar la propia noción de individuo? Y, más allá ¿estamos dispuestos a adentrarnos en ese campo con todos los riesgos que ello conlleva?
El llamado Big Data ha supuesto un avance en todo lo que tiene que ver con la gestión de datos online y con la forma en la que estos datos se interrelacionan entre sí. Las grandes compañías que operan en internet (Facebook, Amazon, Google…) manejan una red de datos suficientemente precisa e intrincada para ser capaces de predecir (o generar) las necesidades de sus usuarios en base a la recopilación y análisis de distintos datos de navegación de sus usuarios.
Así mismo, por una cuestión meramente práctica y de economización, se avanza progresivamente hacia una digitalización de los soportes físicos de los dichos datos, de forma que lo que hoy conocemos como servidores, imaginando una gran masa de ordenadores interconectados, deja (y previsiblemente dejará aún más en el futuro) paso a “la nube”: una suerte de servidor virtual donde los datos se vuelcan quedando a disposición desde cualquier ubicación y por cualquiera que tenga permitido el acceso al mismo.
La idea de una nube global que aglutine la gran diversidad de datos y los ponga en relación es, según las previsiones, algo inevitable. Para José Cordeiro, profesor de la Singularity University de Google y la NASA, parece igualmente inevitable que esta gran nube pueda llegar a evolucionar en una suerte de mente colmena artificial, una IA que sea capaz de administrar de manera efectiva todos los datos volcados en ella.
Realmente la idea no difiere en exceso de las apps que hoy conocemos como asistentes de búsqueda y se aproxima a las propuestas de ficción realizadas en films como “Her” o la Multivac de Asimov, lo único que separa efectivamente estos motores de búsqueda capaces de gestionar cantidades ingentes de datos es como de depurada es su inteligencia, en el caso actual, relativamente básica, y la densidad de datos con los que operen. No obstante, si aceptamos que el progreso en robótica, IA y gestión de datos se mantendrá a un ritmo regular, es previsible que ese objetivo llegue a ser logrado en un tiempo relativamente corto.
Cordeiro asume que algunos de las grandes barreras serán superadas pronto: 2029 se plantea como la fecha donde el Test de Turing podrá ser superado por una máquina y 2045 es la fecha en la que “la inmortalidad será opcional”. Tal y como Cordeiro plantea la inmortalidad, parece que podemos estar hablando de dos dimensiones de la misma: la más material, aquella que entiende que las mejoras cibernéticas serán lo suficientemente capaces para asegurar la pervivencia del “yo” físico, material, a través de una unión entre hombre-máquina. Entiende el profesor que el futuro evolutivo del hombre pasa por la unión de la raza humana con los robots y que, en ese sentido, los robots del futuro serán para nosotros lo que hoy día somos para nuestros antecesores homínidos; el futuro del ser humano es dejar atrás parte de su “humanidad”.
Por otro lado, uniendo las nociones sobre el Big Data y la potencial inmortalidad, aparece la idea de la mente colmena humana, o la creación de espacios virtuales de carga de la conciencia humana directamente separados de una presencia física. Aunque Cordeiro no va tan lejos cuando habla de las posibilidades de una futura interconexión de mentes humanas, el salto parece lógico y, hasta cierto punto, inevitable: si se consigue, como afirma, traducir los procesos mentales en datos e interconectarlos para que interactúen como una gran masa de datos virtual, es igualmente posible la creación de grandes identidades colectivas que operen conjuntamente superando su individualidad, o en términos de gestión de datos, superando sus servidores individuales para ponerse en común en una gran nube virtual.
Supone, entonces, entender dos formas de potencial inmortalidad derivada del avance tecnológico: la primera, vinculada a ser capaces de mantener la operatividad de un cuerpo natural destinado, por otro lado, a la decadencia física, a través de implementaciones artificiales robóticas, llegando potencialmente a crear esas entidades más robóticas que humanas tan comunes en las distopías de ciencia ficción.
La segunda tiene que ver con el abandono de la identidad personal y la subsunción ante una identidad colectiva a la que podríamos referirnos como “humanidad” y que operaría como una gran colmena de insectos que responde ordenadamente a una voluntad común no fija a nivel individual.
Podemos, además, encontrar una opción relativamente intermedia: aquella que propondría guardar y mantener las mentes individuales en soporte nube para después cargarlas en una entidades física, esto permitiría esquivar uno de los aparentes riesgos del paso hacia el trans-humanismo en lo que refiere a la desaparición de la independencia de la mente, pero duplicaría uno de los problemas planteados anteriormente; el big data aparece como una respuesta casi organizativa a un problema de almacenamiento de datos, algo que previsiblemente sucedería de nuevo si tratásemos de guardar las ingentes cantidades de datos que supondría una copia de seguridad de cada una de las personalidades existentes, y que existirían en el futo.
En fin, en tanto en cuanto estas posibilidades, de hecho, parecen factibles en un plazo determinado de tiempo (ya sea más largo o más corto) la cuestión realmente trascendente cambia, pues, de la posibilidad a la deseabilidad. La cuestión sobre si resulta, o no, deseable sacrificar la materialidad humana e incluso su propia identidad individual a cambio de una inmortalidad soportada en términos de gestión de datos o mantenimiento robótico es la única relevante.
Desde un punto de vista objetivo y práctico, no cabe duda que la posibilidad de aumentar la vida indefinidamente de personas capaces de generar progreso es positivo, aún a costa de reemplazar sus partes biológicas por partes robóticas. Por otro lado, resulta aceptable pensar que los beneficios a nivel de capacidad y operatividad de una gran mente colmena suponen un atractivo innegable para aquellos que buscan el mejor desarrollo en cuestiones de potencialidad de la “humanidad”, pero también es obvio que la idea perder la naturaleza humana genera un gran rechazo o, cuanto menos, suspicacia entre buena parte de las personas a las que se les plantea este dilema.
Si esto está bien fundado en razones, o es una respuesta “romántica” a la propia vulnerabilidad humana dependerá, probablemente, del punto de vista del individuo y de cómo responda a la pregunta ¿Que nos hace, en último término, humanos?
Pablo Hernández Martín. Alumno de Postgrado. MESOB. UAM.
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Hernández Martín, P.: El problema de las mentes colmena. En Niaia, consultado el 21/02/2017 en https://niaia.es/la-mente-colmena