El suicidio demográfico

El pasado día 14 de marzo tuvimos una nueva sesión del Seminario Permanente, esta vez en forma de Conversatorio, con la presencia de Alejandro Macarrón Larumbe, Director de la Fundación Renacimiento Demográfico.

El punto de partida de la reflexión es la situación de unas tasas de natalidad muy bajas en España y otros países, más clara en países con alto nivel de desarrollo económico, pero también presente en otros muchos hasta poder considerar que, en cierto sentido, es un hecho generalizado: está bajando la natalidad. Mientras que en algunos sitios esa caída puede ayudar a disminuir los problemas que genera atender a una población en crecimiento excesivo y a logra una mejor sostenibilidad económica y ecológica, en otros países sucede más bien lo contrario: una muy baja tasa de natalidad (en España, por ejemplo, en estos momentos de 1,3 hijos por mujer) puede dar paso a una situación de disminución de la población a medio y largo plazo, con un incremento del porcentaje de la población que supere los 70 años de edad.

La intervención de Alejandro se centró casi totalmente en la exposición de los datos y gráficas que señalan cuál es la evolución de la población, en especial en España. No tuvo tiempo para más. Aunque fueron muchos los datos que aportó, lo fundamental se puede consultar en la nota de prensa sobre proyecciones demográficas hasta 2066 que se puede descargar en la página inicial de su Fundación. Insistió el autor que hacía proyecciones, no predicciones, lo que no deja de ser normal por la dificultad que tiene hacer predicciones sólidas de tipo demográfico dados los diversos factores que pueden incidir en la evolución demográfica.

Ancianos

La cuestión de fondo es que parece haber un cierto consenso respecto a que se trata de un problema importante, dado el peso que los gastos sociales derivados de la disminución de la natalidad y el incremente del período de vida posterior a la edad de jubilación supone un reto difícil de sostener, sobre todo si algunas proyecciones se convierten en hechos reales. Alejandro, como lo ha expuesto en un libro, El Suicidio Demográfico de España (Ed. Homo Legens, 2011), lo denomina con un sustantivo negativo, suicidio; también se le puede llamar invierno demográfico. Ambos términos, sin duda, dan una visión más bien pesimista que incrementa la preocupación por el futuro. No ofrece la misma sensación, por ejemplo, el documento de la ONU, The 2015 Revision of World Population Prospects, que, en una escala global, habla más bien de los retos que plantea la predicción de una población mundial de 9.700 millones de personas en 2050 y se centra en buscar estrategias de sostenibilidad.

Como es lógico, lo que acabo de exponer, que ocupó gran parte de la sesión, es algo que se puede aclarar con los datos disponibles y es prudente además no realizar predicciones arriesgadas, pero sin quedarse tampoco en puras proyecciones que no ofrecen demasiada orientación. Por otro lado, en unos tiempos en los que la humanidad tiene por delante diversos e importantes cambios, no es prudente generar demasiada zozobra ni temor, más allá de lo que una sensata prudencia aconseja. El miedo es un buen acicate para la inventiva humana, como lo son los conflictos y las dificultades, pero siempre que no provoquen pánicos paralizadores o dinamizadores de dinámicas sociales perversas, y siempre que no los ignoremos de forma temeraria.

Poco tiempo dedicó a analizar las causas del descenso demográfico, si bien está claro que son muchas y diversas. Para Alejandro, quizá lo fundamental sea un cambio social profundo unido a un cambio de valores. La comparativa de tasas de natalidad en el tiempo y entre países de niveles de vida muy diferentes, cuestionan, desde su punto de vista, algunas explicaciones demasiado centradas en problemas económicos y apuntan más bien hacia un modelo de sociedad anclado en valores diferentes a los que han regido épocas anteriores. Algunos de los presentes señalaron la importancia de un individualismo radical acompañado de un predominio de una sociedad de hiperconsumo. Interés tuvo también la aportación de quien, siguiendo reflexiones de la biopolítica de Foucault, señalaba que se debía a un acto de resistencia frente a la exigencia de natalidad impuesta por el sistema socio-económico.

La discusión se animó mucho más al proponer algunas soluciones, sobre todo al enfocar lo que quizá constituye uno de los problemas centrales: cómo se plantea la asistencia económica a las personas mayores y como se financia esa asistencia. Los gastos del presupuesto del Estado español, solo en pensiones superan ya los 135.000 millones de euros anuales, a lo que habría que sumar los gastos en sanidad y dependencia que requiere ese segmento de la población general. Estaba claro que no se trata de llegar a la propuesta del ministro japonés pidiendo que se den prisa en morir, pero evidentemente hay que planificar como se aborda. El propio gobierno español deja claro cuáles son las dos opciones básicas: capitalización y reparto. En España domina el sistema de reparto que, como principio pago de los gastos, está claro: quienes trabajan pagan a quienes no trabajan, que no son solo los ancianos, claro, sino también los niños y por descontado los desempleados. El reparto implica una forma de afrontar la situación, sin cerrar cómo se financia, pues para ello se pueden recurrir a diversos procedimientos: cuotas sociales pagadas por las empresas, impuestos generales sobre la renta, tasas sobre la gasolina (empleada, por ejemplo, para afrontar el gasto sanitario)…, e incluso a ciertos niveles de capitalización, entre los que, en parte, podríamos incluir el fondo de garantía de reserva, que acumula reservas en tiempos de bonanza para cuando los tiempos no lo son tanto. El sistema de reparto parecía gozar de mayor aceptación entre la audiencia y goza también de apoyo por parte de los expertos académicos

Alejandro Macarrón se decantó claramente por el sistema de capitalización, que también cuenta con el apoyo de algunos expertos, un sistema que implica siempre una invitación a que se privatice parcial o totalmente la atención a la etapa de jubilación y a la sanidad, dejando al Estado un papel menor, casi subsidiario, para garantizar en todo caso que las personas individuales realizan efectivamente los planes de pensiones y se prestan unos servicios básicos a las personas mayores. Para Alejandro, dos son las ventajas que permiten defender la capitalización. En primer lugar, las series de incrementos del valor de las acciones en bolsa muestran que las ganancias a medio y largo plazo son estables y suficientes. En segundo lugar, la capitalización incentiva la responsabilidad individual en la gestión del propio futuro, lo que hace que el sistema funcione mejor y que no se corran riesgos excesivos.

Este fue sin duda el punto de mayor confrontación, tanto por considerar que la revalorización de las inversiones no es tan sólida y no garantiza mucho en períodos específicos en los que se producen recesiones fuertes, como por el riesgo de potenciar el crecimiento de iniciativas privadas que, en el modelo de sociedad actual, primen la obtención de beneficios particulares, los de cada iniciativa concreta, sea un banco o una compañía de seguros, en perjuicio de los intereses de los particulares que invierten sus ahorros. El debate en este caso es más complejo porque ya no se trata de discutir sobre la viabilidad de un sistema, algo siempre arriesgado pues las empresas privadas no están libres de quiebras, pero tampoco lo está el Estado, aunque este siempre sea el último en quebrar, sino que incluye opciones de mayor calado que afectan a la clase de mundo en el que queremos vivir y la clase de personas que queremos ser.

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García Moriyón, F.: El suicidio demográfico en Niaia, consultado el 17/03/2017 en https://niaia.es/el-suicidio-demografico-2/

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